EL
ABSURDO
Por JR
Cordero
Aquella mañana abrí los ojos cuando el
despertador sonó por tercera vez durante diez segundos. Estaba particularmente
cansado y me costaba bastante incorporarme en mis quehaceres rutinarios; la
noche no había sido muy buena para mi espalda. Con muchos tropiezos y algo
somnoliento, coloqué ambos pies en un pequeño tapete de descanso que tengo
junto a mi cama, es ese preciso momento sentí como una brisa fría y seca
invadió el interior de la recámara. Hecho que me llamó poderosamente la
atención pues la noche anterior no había sido precisamente fresca y el verano
ya causaba estrago en toda la ciudad. Así pues me dirigí al cuarto de baño para
tomar una ducha y afeitarme, era mi
rutina diaria y la cumplía como cualquier ser humano, rítmica y
matemáticamente, casi sin pensar.
Una vez duchado, escuché que llamaron a la
puerta de mi departamento, hice el intento de atender el mismo pero como
desistieron, decidí no abrir la puerta y comenzar con mi afeitada matutina.
Cuando me hallaba frente al espejo, justo en el momento para untarme la espuma
de afeitar, noté una pequeña verruga en el lado izquierdo de mi rostro, no
estaba allí el día anterior. Una mirada más detenida en la novísima carnosidad,
puede apreciar que mi rostro estaba más ovalado que de costumbre, me era
extraño a mí mismo. Sentí un poco de pánico y creí estar soñando, pero las
pulsaciones de mi corazón delataron la
verdad: estaba completamente despierto y faltaban cuarenta y ocho horas para mi
cumpleaños. Entonces comprendí que todo era un ataque de nostalgia por los
efectos del paso del tiempo y el pequeño callo en mi rostro una muestra física
y fehaciente que los sustantivos del tiempo han dejado sobre mi cuerpo. Terminé
rápidamente de afeitarme, era tarde y me era imperativo llegar a la oficina muy
temprano, debía realizar el inventario de fin de mes y eso toma muchas horas de
auditorías y balance de mercancías. Sin darme cuenta había pasado del pánico
cronológico al absurdo entreguismo demente muy propio de mi mundo cotidiano.
Entonces pensé que el poco descanso hacía mella en mi salud.
Revisé
el contenido de mi portafolio, vi la hora, aprecié mi retraso en la salida y
luego escuché el quejido lastimero de un
perro. Noté como se marchitaron unas rosas sobre mi mesa. Me detuve un momento
y advertí que todo lo que me rodeaba daba la impresión de abandono. Debo confesar que sentí un poco de
desasosiego, como si en algún momento me desperté en lugar distinto en un
tiempo adelantado al presente, me sentía fuera de lugar en mi propia casa. Todo
es muy extraño.
Bebí
mi café matutino... Estaba más dulce que de costumbre, pero como siempre, es lo
más reconfortante que puedo tener para iniciar la mañana... Tomé el ascensor
impar, pues soy de la creencia que esos son los mejores números y me dirigí a
comprar el periódico en el puesto de la señora Ana, quien en diez años no me ha
brindado ni una sonrisa a pesar de ser su mejor cliente... Esa mañana también
estuve dispuesto a sentir el yugo de su indiferencia y la ingratitud de recuerdos
olvidados.
Antes
de llegar al puesto de periódicos de la señora Ana me invadieron aprecié como
el nuevo día ofrecía una calma y serenidad pocos elocuentes para una ciudad
cuyo bullicio y tráfico vehicular decide anular cualquier vestigio de humanidad
en sus habitantes. Entonces llegué a una oscura conclusión: estaba en otra
ciudad o he vivido una vida llena de inconsistencias existenciales. Me he
perdido lo mejor de mundo.
-¡Buenos
días!... Me vende El Mercurio –indagué de
la misma manera como lo hago todos los días sin ningún ademán.
-¡Buenos
días! ... Señor aquí está su periódico, veo que tiene muy buen semblante el día
de hoy... Me gustaría verle siempre así –respondió la señora Ana de manera sorpresiva y poco
acostumbrada. Algo no estaba bien, definitivamente no.
-¡¿Gracias?!
–fue lo que pude responder...
Algo
extraño le sucedía a esta señora, nunca me había dirigido la palabra hasta y
mucho menos sonreído... Ciertamente la conducta humana es muy extraña, pero en
este caso no sabía si era la mía o la de ella... Aunque no deja ser
desconcertante los cambios, son posibles.
Fui hasta mi automóvil... Y como siempre, el fiel Julián me estaba
esperando en la otra calzada... Es una de las pocas personas con quien puedo
hablar con confianza, pues tiene esa característica peculiar de saber escuchar
sin interrumpir, lo cual inspira un espíritu de familiaridad, aunque a veces,
cuestiono la sinceridad de la atención que presta a mis comentarios, quizás lo
haga por compromiso.
-¡Buenos
días Julián! Listos para comenzar un nuevo y largo día- acusé, con la misma
energía de costumbre, justo antes de abordar el vehículo.
-¡Retírese
señor!- respondió Julián haciendo un gesto de desprecio- Este taxi está
reservado para un señor, que es mi cliente desde hace muchos años...
-¡Por
Dios!, es que acaso amaneciste demente el día de hoy... Soy yo Carlos
Montenegro- respondí con mucho asombro... Había algo en su mirada que no
degustaba mucho, es como si estuviera fuera de sus cabales.
-Señor
hágame el favor de retirarse o me veré forzado a llamar a la policía- Acusó
Julián, luego de empujarme de la puerta del automóvil...
Así
pues, que decidí desistir del asunto y tomé otro taxi, luego me encargaría. A
final de cuentas Julián debía regresar a mi oficina y ahí le exigiría una
explicación del porqué de su conducta... De igual manera, estaba retrasado y ya
me imagino a la abuela Nancy esperándome en la puerta de oficina con su ceño
fruncido... Y ciertamente, siento una
profunda debilidad por ella pues ha sido mi padre y mi madre, lo único
verdaderamente tangible que he tenido en mi vida.
¡Gracias
Señor!, es muy amable- Dije de manera reconfortante, luego que otro taxista
acudiera a mi llamado para llevarme al centro de la ciudad… Tenía cierto ataque
de pánico por todo lo acontecido en apenas un par de horas de la mañana de
aquel día. Así que tomé el periódico y comencé a leer la última página.
-¡Cielos!
¿Qué es esto?... – Exclamé a en voz alta.
-¿Señor
le pasa algo?..- Preguntó extrañado, el taxista...
-Disculpe
el abuso, ¿usted puede leer esto?...- Le dije mientras le enseñaba la última
página del diario...
-¡Sí,
claro!... Dice: “Carlos Montenegro fue secuestrado ayer en la madrugada”
-Respondió con mucha seguridad...
“¿Es
que acaso no soy yo de quien habla?
-reflexioné preocupado- La vida es extraña, uno siempre la está buscando y cuando la
tiene la lanza al olvido... Seguro que sufro de alguna clase de demencia
temporal y todo lo que intento hacer bien me sale mal... Como mis relaciones con otras personas, las cuales asumo de manera
autómata sin dar un mayor cuido a lo esencial de las mismas... Sin embargo,
nada de esto tiene que ver con el titular errado de un diario, puede ser un
elemento meramente circunstancial, una cadena de eventos que no necesariamente
tienen que conectarse uno con otro... ¿Cuántos Carlos Montenegro puede haber en
esta ciudad?... No importa... Todo lo que me rodea es un absurdo la gente
complica las cosas más de lo que lo debería hacerlo... Es como si entrara a un
mundo no confeso, cuyas leyes las dicta el surrealismo verosímil que nos
acompaña día y noche... Y es que en esta ciudad, todos somos una pieza movida
por el engranaje de esta sociedad...”
Bien,
cuando llegué al edificio de la empresa, comencé a ver algo familiar en este
día donde todo es extraño. Como siempre el vigilante de la puerta y el
automóvil de mi abuela, evidentemente todo estaba como lo dejé ayer. Realmente
el cambio es algo que no me agrada mucho, por eso siempre me resisto a sus
sutilezas.
Así
pues, sin mucho pensar, decidí subir hasta mi oficina. La verdad es que mi
cumpleaños está próximo y tal vez cualquiera de las anomalías en mi rutina
acostumbrada, sea una burla de mis
amigos y familiares.
-Disculpe
Señor no puede acceder al edificio sin una respectiva autorización- Acusó el
guardia de seguridad del edificio.
-¡Seguro!...
Usted sabe quién soy yo, el nieto de Nancy Montenegro. ¿Ahora necesito autorización? Como si no he
pasado por esta puerta en los últimos años... ¡Por Dios!- Aseguré con un ademán
no acostumbrado en mí.
-Señor
no puede pasar, y déjese de bromas, el nieto de la señora Nancy fue secuestrado
ayer en la madrugada. No podemos dejar
entrar a nadie que no tenga autorización... –Aseguró el oficial de seguridad con mucha firmeza
-¡Sí!
Y... ¿Cuál es mi nombre?- Respondí.
-No
lo sé Señor es primera vez que lo veo. –Señaló con un gesto.
-¿Seguro? Yo lo conozco desde hace cinco
años; que es justo el tiempo que usted ha estado trabajando en este edificio-
respondí con dureza.
-Es cierto señor, llevo cinco largos años
trabajando en esta empresa; pero es la primera vez que lo veo en toda mi vida. Yo
sé quién es el señor Carlos Montenegro, él me ayudó a conseguir en este
trabajo. Ahora, si es tan amable, ¡retírese!- Concluyó el oficial, casi
gritando.
Realmente, este juego de cumpleaños, si es
que existía, se estaba volviendo pesado y lo peor es que mi abuela debía estar
preocupada porque no he llegado a la oficina... Aunque sólo eran tres pisos,
así que subí por las escaleras traseras ahí nunca hay personas…
-¿Que tal señor? -dije al hombre que se
encontraba sacando los trastes...
-¡Hola!
-respondió sin inmutarse y de la manera más seca posible.
Sin
embargo, no le presté atención y comencé a subir lentamente escalón por
escalón, mientras oía los sollozos de las personas, por mi supuesta
desaparición; eran tan profundos que penetraban en mis oídos con un eco que
retumbaba en las escaleras lo cual amplificaba el silbido que ofrecían sus
quejidos... Proseguí y el sudor ya hacía estrago en mi rostro, en tanto, las
botas de los oficiales de la policía se oían cada vez más fuertes, por lo que
decidí esconderme tras la puerta de las escaleras del piso tres... Y puedo asegurarles, que en ese momento me vino
la misma sensación que siento al despertarme, además de una pérdida
desesperante de mis sentidos.
Cuando
estaba esperando en el piso tres entro una brisa helada por la puerta muy
parecida a la que había ocurrido en la mañana cuando estaba en el baño pero
esta vez vino acompañada de un campaneo cuyo origen desconozco.
Bien,
decidí continuar mi tortuoso ascenso, a pesar de que los ruidos continuaban
sofocando mis oídos... El zumbido era agudo y penetrante, a tal punto que no
podía oír los comentarios que hacían los oficiales de policías con mi abuela;
sólo podía apreciar el crispante sonido
de las esposas y el chasquido de las cachiporras, que penetraban hasta mis
huesos... Me sentía fuera de mí o peor aún, sentía que las personas que me
rodeaban no estaban completamente en sus cabales.
Así
pues, trémulo y desorientado decidí abrir la puerta y vi al fondo del pasillo a
mi abuela Nancy, viendo a través de la ventana, con una mirada vaga y perdida
cómo de alguien quien hubiera perdido a un ser querido... Hecho que me tocó el
corazón y decidí abordarla sin mayor preámbulo...
-¡Buenas
tardes abuela!- Dije como si los acontecimientos que ocurrieron en el
transcurso de la mañana no hubieran existidos...
-¡Disculpe
señor! ¿Le conozco? -Inquirió mi abuela de manera temeraria y con el ceño
fruncido. -Sólo tengo un nieto y no lo veo
desde hace dos días, o es que... ¿Usted sabe
algo y me está gastando una broma a mí?...
-¡No
por Dios Abuela! soy yo, Carlos... O es que hay demencia colectiva el día de
hoy o todos están jugando a algo y no me
han lo notificado, o simplemente es una broma por la proximidad de mi
cumpleaños...
-Lo
siento señor, -respondió- llamaré de inmediato a la seguridad de la empresa
porque estoy pasando por un mal momento y no quiero que alguien se burle de la
ausencia de mi nieto...
Acto
seguido mi abuela salió al corredor
contiguo, donde se encontraban los oficiales de seguridad con algunos
detectives que indagaban sobre el presunto secuestro de mi persona. Así que
decidí correr por las escaleras de emergencia, para evadir a mis perseguidores
y tomar rumbo al parque. Ya estaba atardeciendo y no tenía a donde acudir, pues
lo más probable es que mi abuela vaya a mi departamento a buscarme y termine
preso por la confusión colectiva que estamos viviendo.
Quizás,
el demente sea yo y esté usurpando una personalidad que no me es propia. Sin
embargo, aquí tengo mi licencia de conducir y dice claramente “Carlos
Montenegro”, junto a mi domicilio y una foto no muy vieja, apenas tiene un año,
pues data de mi último cumpleaños.
“¡Qué
extraño yo dudando de mí mismo!” –dije casi susurrando mientras me cuestionaba
mi actitud de no dejarme llevar por los acontecimientos para ver que sucedía y
así evitarme todo este deambular sin sentido.
-Disculpe
señor –preguntó a un anciano que pasaba justo a mi lado cuando me
encontraba divagando- ¿Le pasa algo?...
¿Se siente bien?...
-¿Nunca
ha tenido la sensación que es un extraño en su propia vida? -respondí haciendo
un mueca.
-Todos
los días cada vez que amanece... Amigo se le llama vejez y es algo que llega
con el tiempo y de lo cual nadie puede evadirse... -contestó el señor
-Sí
lo sé, -aseguré.
-No
crea buen hombre –prosiguió el anciano-
a veces esa es la realidad y la mentira es la que nos construimos todos los
días.
-Sí,
por supuesto, pero lo auténtico ya no existe, así que es necesario volver a
comenzar todos los días -respondí sin prestar atención a lo que decía y
mientras me marchaba a otro lugar del parque...
Que conveniente que todo el mundo me haga
dudar sobre quien soy, cuando tengo miles de pruebas que sustentan mi existencia.
Aquí está mi portafolio, donde tengo documentos con mi nombre; llevo puesto el
anillo que me regaló mi abuela Nancy cuando cumplí catorce años, cuyo grabado
tiene mi nombre, “Carlos Montenegro”, y la frase “Ad Augusta per Angusta”, la cual usaba mi abuelo para cerrar sus
negocios, pese a que mucho de ellos terminaran en buenos sueños e intenciones,
pero con muy escasos réditos.
De igual manera, nada de esto funciona, sigo
en el mismo punto de cuando comenzó este día y ahora que termina, las cosas no
parecen mejorar. He pasado la noche en un parque por temor de volver a mi casa,
no he podido seguir con mi rutina diaria porque nadie me reconoce y ahora
resulta que Carlos Montenegro, o sea yo, según la prensa, me encuentro
secuestrado. Aunque en realidad lo que
he intentado, desesperadamente, es continuar con mi vida.
Bueno
compraré el diario, creo que allí comenzaron a desencadenarse esta serie de
eventos absurdos. Pero procuraré comprarlo en un sitio alejado de los lugares que suelo frecuentar. Así me
sentiré un poco más yo, pues comienzo a dudar de mí mismo; o tal vez, sea esta
constante muletilla sobre el cumpleaños que no acabo de entender o la desgracia
de una broma pesada que me están haciendo.
-Buenos
días señor, -le dije a la persona que estaba ofreciendo periódicos dos manzanas
al norte del parque- véndame el diario El Mercurio...
-Aquí
tiene, -me entregó el periódico sin verme el rostro.
Cuando
comienzo a revisar los titulares escucho la conversación que sostiene el mismo
vendedor con una señora; a quien parecía conocer desde hace mucho tiempo: “Si
que cosas, no, el señor Carlos Montenegro tan dispuesto a ayudar a los demás y
mira con qué le paga el mundo”-decía la señora-. “Sí bueno, peor la abuela que
ha puesto todo en ese muchacho para seguir adelante con sus negocios y sus
otros asuntos”. Y más adelante continúa el vendedor de periódico: “Para colmo
de males, según dice El Mercurio, los secuestradores ni siquiera han solicitado
rescate y al parecer entraron en el departamento del joven Carlos, y se
llevaron todo lo que había de valor...
Bueno, es increíble, pero hasta rateros son los secuestradores... ”. Al
oír esta conversación, sencillamente me inmuté, pues es imposible que persona
alguna haya entrado en mi departamento, ya que cuando salí la mañana de ayer,
todo estaba en orden y nadie se atrevería a entrar en mi ausencia luego de que
se conociera de mi supuesto secuestro en la prensa.
Mientras
hacía estas divagaciones volví al parque y comencé a buscar la noticia en El
Mercurio, donde se narraba mi negado secuestro, para así conocer los detalles
del mismo.
“Al
cierre de esta edición la familia del señor Carlos Montenegro, tiene varias
semanas sin saber de su paradero”, leí en uno de los párrafos. ¡Pero por Dios!
Yo cené con mi abuela el lunes, eso fue hace tres días, apenas, y ayer me
corrió ella misma de mi oficina cuando fui a hablarle de todo lo que me estaba
ocurriendo... No entiendo esto, están yendo muy lejos, si lo del secuestro es
una broma...
Continué
leyendo y pasé a las páginas internas donde estaba una foto mía... Mi sorpresa
fue aún mayor, es la misma foto de mi pasaporte la cual no tiene más de quince
días... No es posible, que todo el mundo no quiera darse cuenta que Carlos
Montenegro soy yo... Que la única diferencia entre mi persona de hoy y la de
ayer es que estoy más viejo, y mañana será mi cumpleaños. ¡Estoy al borde de la
locura!
Así
en medio de esta maraña mental, me acerqué a una señora que estaba tres
manzanas más adelante, la cual jamás había visto en mi vida para ver si notaba
algún parecido entre la fotografía publicada en el periódico y mi persona. Es
poco probable que mi abuela la conozca, por lo tanto no es posible que forme
parte de esta broma que me están jugando.
Sin
embargo, debo confesarles, que con todo lo que me está sucediendo, siento la
fuerte necesidad de creer en todo lo que me rodea. Es como si los argumentos de
las personas que conozco y que he visto, cobraran vida dentro de mi realidad.
Tal vez sea una ausencia de tiempo real lo que está provocando esta locura
colectiva.
Tomando
la foto del diario y la de mi pasaporte, llamé a la señora muy cortésmente para
que no me tomara por demente.
-Disculpe
señora, ¿podría hacerle una pregunta?- intervine.
-Sí
seguro señor- replicó de manera amable.
-Nota
usted algún parecido en estas dos fotografías- le dije mientras le mostraba
ambas con mi mano derecha.
-¡Sí
claro señor! Son idénticas, es más, son las fotografías de usted mismo- afirmó
la señora sin complicación alguna- ¿Le pasa algo?...-continuó...
-No,
nada señora- respondí en medio de la grata sorpresa.
Luego
de esto apresuré el paso y tomé la avenida principal. En medio de mi asombro no
sabía qué creer, es obvio quién soy pero mi propia abuela me ha negado, incluso
personas que no conozco negaron mi existencia. Ahora una desconocida me
reconoce... O serán las fotografías, o tal vez sea una infame mentira lo que he
vivido en toda mi vida.
Así
pues, decidí, sin mayores tapujos, volver al inicio de todo, a mi departamento,
creo que allí podré dilucidar toda esta serie de eventos que aún no entiendo.
Aunque debo confesar, que mi vida no es muy cuerda, pero mi realidad no implica
la usurpación espiritual de otras personas; podría decirles que lo más
apremiante en mi existencia son mis constantes fatigas y ansiedades las cuales
son de lo más común en este mundo.
Esta
confesión se la hago no porque trate de justificar mi precaria vida, mas bien
la realizo con ánimos demostrar que soy una persona corriente cuya cadena de
acontecimientos vividos, son el resultado aleatorio de circunstancias creadas
por eso que llaman destino, o tal vez, el capricho de alguna ecuación humana
cuya incógnita tiene que ser despejada.
Cuando
me encontraba a escasos metros de mi departamento me encuentro con un cerco
policial, por lo que traté de ocultar mi presencia para no llamar la atención y
poder entrar, sin mayores complicaciones, al edificio.
Ya
en la entrada escuché como un policía le decía a otro: -“Este es uno de los
casos más extraños que he visto en mi vida, la abuela del secuestrado dice
tener varios días que no ve a su nieto, pero el portero del edificio dice
haberlo visto ayer en la mañana cuando se iba para el trabajo”-. “-Sí
amigo-intervino el otro oficial- alguien está mintiendo, pero lo cierto es que
el señor Carlos Montenegro tiene, al menos, un par de días que no se sabe de su paradero, tampoco se le ha visto
en la oficina ni regresó a su departamento anoche, pero aún, nadie ha pedido
rescate”.
Mientras
los policías terminaban esta conversación, entré al edificio y subí por las
escaleras, para evitar las miradas de los vecinos y las situaciones incómodas;
porque hasta la policía daba como un hecho mi secuestro, mi desaparición. Así
que una vez en la puerta de mi departamento y ya con el sol poniéndose detrás
de mi rostro, puse la mano en mi bolsillo izquierdo, tomé las llaves y abrí la
puerta como siempre lo hago, sin problema alguno...
Una
vez adentro de mi departamento, observé alrededor y todo estaba como le dejé el
día de ayer cuando salí a trabajar, incluso la taza de café sucia del día
anterior todavía permanecía en su mismo
sitio. Así que me dispuse a descansar, no si antes disimular mi presencia pues
quería mantenerme en silencio para ver si por algún motivo oía a alguno de los
vecinos o a un policía hablar de mí, para así poder reafirmar mi propia
existencia.
Continué
con mi rutina antes de acostarme, y cuando me disponía a leer, comencé a
escuchar unos pasos en el corredor del edificio, como si unas tres personas se
acercaran a mi departamento mientras conversaban, por lo que apagué la luz de
la biblioteca y me coloqué detrás de la puerta.
Cuando
los pasos se hacían más fuertes comencé a sudar y unos escalofríos recorrieron
por todas mis extremidades, en tanto que las palpitaciones de mi corazón retumbaban en mis oídos y el deseo
de enfrentar a estas tres personas se
hacía insostenible. Entonces, un golpe seco se oyó desde el fondo del
armario de mi habitación y, acto seguido, los tres hombres se detuvieron,
frente a la puerta de mi departamento, esperaron unos minutos e iniciaron una
conversación en un tono de voz muy bajo; era completamente inaudible para mí...
Pasaron otros minutos, me incliné sobre la rendija de la puerta principal y
pude oír, a los tres hombres que habían retomado su tertulia...
-“¿Estás
seguro que este es el departamento del señor que estamos buscando?”- preguntó
uno de los oficiales de policía al conserje.
-“Sí
señor, -respondió el casero- es el departamento B-09 del señor Carlos
Montenegro.”
-“¿Cuándo
fue la última que lo vio salir de aquí?”-dijo en tono acusador el otro oficial
de policía.
-“Ayer muy temprano -señaló el casero- como lo he
visto siempre en los últimos siete años que he estado trabajando en este
edificio. A decir verdad, -prosiguió el conserje- el señor Carlos Montenegro es muy rutinario y
hasta obsesivo con la hora; tiene muchas manías desde comprar el periódico
hasta sus paseos dominicales con su perro. Ciertamente es muy extraño, aunque
no es mala persona”.
-“¿Su
perro?”-preguntó uno de los policías-
-“Sí,
se llama Aker y es negro con el pecho blanco”-continuó el casero.
-“¿Dónde
ha estado el perro en estos días?”-volvió a preguntar el mismo policía.
-“No
lo sé, -respondió el conserje- supongo que en el departamento aunque no lo he
oído ladrar ni chasquear en la puerta. De hecho el noble animal siempre está
dentro, sólo sale los domingos cuando
van de paseo, como le dije antes”.
-“Bueno
volveremos mañana cuando la señora Nancy Montenegro esté presente para
poder entrar en el departamento sin
problema alguno, ella responderá todas estas preguntas que debemos hacer”-. Aseguró el otro oficial de policía.
-“Sí,
ella tiene llave del departamento- intervino el casero- de hecho suele jugarle
bromas al señor Carlos con visitas sorpresas”-. Finalizaron la conversación.
Los tres hombres se retiraron del mismo modo como
habían llegado, sin hacer ruido, aunque podía oír como continuaban hablando por
el corredor que conduce a los ascensores, mientras se alejaban. Era una
conversación casi cómplice de todo lo que estaba ocurriendo, lo cual me
desconcertó mucho, pues he llegado a creer verdaderamente que todo el mundo está loco, ya que no es posible
que algunas personas me reconozcan y otras no. Además esto nunca me ha pasado
en vísperas de un cumpleaños por lo que no puedo echarle la culpa a algo o
alguien.
Debo
admitirlo, mi casero está totalmente
equivocado en cuanto al perro. Yo nunca he tenido una mascota, y por mucho que
quisiera no puedo, soy alérgico, definitivamente está en un error. Todo lo
demás es correcto, me levanto siempre a
la misma hora, sigo mi rutina, compro el periódico, salgo a trabajar a la misma
hora y también me voy de paseo los domingos, sólo que no llevo a ningún perro
conmigo, sólo mis pensamientos.
Y
ciertamente, los domingos suelo encontrarme con mi casero y hasta conversamos
un poco de cosas cotidianas, nada elaborado. Y ahora que lo recuerdo, yo lo vi
el día de ayer antes de irme a mi trabajo; él estaba regando el pequeño jardín
que hay a la entrada del edificio, por
lo que su testimonio sería crucial, pues al final de todo, fue la última
persona en verme, y a partir de allí se desencadenaron todos estos insensatos
sucesos.
Así
pues, sin mayor reflexión decidí tomar un jugo para irme a acostar y entregarme
al sueño reparador, ya que anoche no pude dormir debido a mi deambular por el
parque.
Terminadas
estas reflexiones y ya en mi cama,
justo cuando me estaba quedando dormido comenzó un perro a ladrar.
Empezó con un llanto seco, casi un gemido, como si le doliera algo. Pasado un
tiempo, su ladrido era mucho más fuerte casi de angustia; como si estuviera
ladrándole a una persona desconocida. Me levanté de la cama y miré por la venta
para investigar, y aunque todavía podía oír al perro, era incapaz de poder
verle, sin embargo, siempre tuve la impresión de que su gemido provenía de la
habitación contigua a la mía, por lo cual me asomé a la misma y no pude ver
nada.
Intenté
retomar el sueño nuevamente, para mi sorpresa, el perro prosiguió ladrando,
pero esta vez lo hizo mucho más fuerte y los ladridos eran alternados con
gruñidos. Transcurridas unas dos horas,
el perro se calló súbitamente y luego la paz y el silencio se apoderaron de la noche. Una vez percibido el zumbido del silencio, miré el
reloj y noté que eran las tres de la madrugada. Acto seguido me entregué en el
más profundo de los sueños, no me levanté en lo que restó de noche y no oí
absolutamente nada más; tampoco tuve pesadillas, la cuales frecuentan mis
sueños y hacen de éstos una verdadera jornada agotadora. Sinceramente, debo
admitir, que nunca antes he dormido mejor en toda mi vida, y mis más cercanos conocidos pueden dar fe de
ello.
Sonó
el despertador a la hora habitual. Me desperté y me ahogué en mi rutina diaria,
previa a mi salida a trabajar. Tomé mi ducha y mi café, puedo asegurar que me
siento mucho más viejo no a causa de mi cumpleaños, que es hoy, sino porque me
da la impresión de haber vivido muchísimos años, tal vez décadas en tan sólo
dos días.
Aunque
esta mañana creo que puedo abusar y no
salir tan temprano a trabajar, para así disfrutar un poco más. Nadie podrá
reprochármelo pues es mi cumpleaños y me lo merezco, a cambio de tanta
constancia y puntualidad de los últimos años.
Terminadas
estas reflexiones y cuando me estoy vistiendo, oí que llamaron a la puerta.
Cosa muy extraña pues casi nunca recibo visitas tan temprano y mucho menos en
un día de trabajo. Así pues, sin más demoras me dispuse a abrir la puerta,
cuando vi el reloj de la cocina y tenía
justo la misma hora que hace dos días cuando me retiré a mi trabajo, lo cual
significaba que estaba retrasado pues aún no estaba listo para irme. Hecho
curioso, porque no soy muy proclive a romper con mi rutina, muy a pesar de que
he decidido tomarme un tiempo más por ser mi cumpleaños.
Después
de esta reflexión, me detuve un momento en el pasillo de mi departamento y dudé
en abrir la puerta, dado que ya era muy tarde y necesitaba ganar tiempo. Sin
embargo, volvieron a llamar a la misma una segunda vez, y, transcurrido un
minuto, llamaron una tercera vez; esta
última me hizo recapacitar y decidí
abrir la puerta, al final de cuentas llegaría
tarde a mi trabajo, por lo que unos minutos más, no haría mucha
diferencia en mis labores diarias.
Cuando
abrí la puerta me sorprendió mucho ver a una señora anciana, la cual jamás
había visto en toda mi vida, a su lado
estaba mi casero y dos oficiales de
policías, que presumí que vendrían por algún inconveniente. Creo que mi asombro
fue de tal magnitud que por unos instantes nadie mencionó palabra alguna.
-Sí,
¿qué se le ofrece?-pregunté con voz de extraño y asombro.
-Señor
queremos que nos responda algunas preguntas-dijo uno de los policías.
-¡Carlos!,
mi querido nieto -intervino la señora mientras me abrazaba y besaba- ¿Dónde has
estado estos últimos días?
-Disculpe
señora pero… ¿Yo la conozco? –respondí.
-¿Qué
pregunta es esa, Carlitos? -señaló la señora haciendo un ademán- Si yo te he
cuidado desde que mi hijo, tu padre, murió.
-Lo
siento señora, pero usted está confundida de departamento- aseguré de manera
imperiosa.
-¿No
es este el departamento “B-09” ?,
donde siempre has vivido... ¡Carlos Montenegro!, ¿qué te sucede? –dijo cuando
señalaba el número de la puerta y me miraba con encono- Mira estas son las
llaves de tu casa, tú mismo me la distes –terminó, luego de arrojarme el manojo
de llaves junto a mis pies.
-Lo
lamento señora yo no la conozco, pero sí es cierto que yo siempre he estado en
este departamento, pero no soy Carlos Montenegro. Mi nombre es Juan Francisco
Castillo. ¡Usted está equivocada!- respondí firmemente, mientras le señalaba al
casero y los dos oficiales de policías que se la llevara.
-No
se preocupe señor Castillo, todo esto es un malentendido- puntualizó uno de los
policías.
-Señor
Juan Francisco, yo me encargo –dijo el
casero, justo cuando le tomaba
la mano a la señora-. Yo acompaño a doña Nancy hasta la puerta del
edificio.
Luego
de esto me disculpé y cerré la puerta de mi departamento. Me terminé de vestir
y mientras lo hacía, me acordé que el nombre de Carlos Montenegro lo había
leído en El Mercurio, y que el sujeto estaba secuestrado desde hace un par de
días. Cuando estos pensamientos vinieron a mí sentí pena por la señora y hasta
tuve la necesidad de llamar al conserje para ayudarla en algo. Sin embargo, no
lo hice y dejé las cosas como estaban.
Bueno,
sin mayores contratiempos, con buen ánimo me dispuse a marcharme para el
trabajo, así que tomé mi anillo, lo pulí
y cuando abrí la puerta de mi departamento, escuché el ladrido de mi perro Aker
y me acordé que por dos días no le había
dado comida, así que me regresé hasta donde estaba. Al verlo, sentí mucha
vergüenza por él, pues no soy de las personas que evaden sus responsabilidades
y, ciertamente, mi conducta me tiene un poco desconcertado, a parte de toda
esta confusión matutina con mi casero, la señora y los policías.
-¡Toma
Aker! -le dije al perro con voz de angustia por mi irresponsabilidad- aquí
tienes tu comida, mi buen amigo, discúlpame, te aseguro que el domingo te
llevaré de paseo, como siempre, luego de comprar el periódico.