miércoles, 26 de diciembre de 2012


EL ABSURDO



Por JR Cordero



Aquella mañana abrí los ojos cuando el despertador sonó por tercera vez durante diez segundos. Estaba particularmente cansado y me costaba bastante incorporarme en mis quehaceres rutinarios; la noche no había sido muy buena para mi espalda. Con muchos tropiezos y algo somnoliento, coloqué ambos pies en un pequeño tapete de descanso que tengo junto a mi cama, es ese preciso momento sentí como una brisa fría y seca invadió el interior de la recámara. Hecho que me llamó poderosamente la atención pues la noche anterior no había sido precisamente fresca y el verano ya causaba estrago en toda la ciudad. Así pues me dirigí al cuarto de baño para tomar una ducha  y afeitarme, era mi rutina diaria y la cumplía como cualquier ser humano, rítmica y matemáticamente, casi sin pensar.

 

Una vez duchado, escuché que llamaron a la puerta de mi departamento, hice el intento de atender el mismo pero como desistieron, decidí no abrir la puerta y comenzar con mi afeitada matutina. Cuando me hallaba frente al espejo, justo en el momento para untarme la espuma de afeitar, noté una pequeña verruga en el lado izquierdo de mi rostro, no estaba allí el día anterior. Una mirada más detenida en la novísima carnosidad, puede apreciar que mi rostro estaba más ovalado que de costumbre, me era extraño a mí mismo. Sentí un poco de pánico y creí estar soñando, pero las pulsaciones de  mi corazón delataron la verdad: estaba completamente despierto y faltaban cuarenta y ocho horas para mi cumpleaños. Entonces comprendí que todo era un ataque de nostalgia por los efectos del paso del tiempo y el pequeño callo en mi rostro una muestra física y fehaciente que los sustantivos del tiempo han dejado sobre mi cuerpo. Terminé rápidamente de afeitarme, era tarde y me era imperativo llegar a la oficina muy temprano, debía realizar el inventario de fin de mes y eso toma muchas horas de auditorías y balance de mercancías. Sin darme cuenta había pasado del pánico cronológico al absurdo entreguismo demente muy propio de mi mundo cotidiano. Entonces pensé que el poco descanso hacía mella en mi salud.

 

Revisé el contenido de mi portafolio, vi la hora, aprecié mi retraso en la salida y luego escuché el quejido lastimero  de un perro. Noté como se marchitaron unas rosas sobre mi mesa. Me detuve un momento y advertí que todo lo que me rodeaba daba la impresión de abandono.  Debo confesar que sentí un poco de desasosiego, como si en algún momento me desperté en lugar distinto en un tiempo adelantado al presente, me sentía fuera de lugar en mi propia casa. Todo es muy extraño.

 

Bebí mi café matutino... Estaba más dulce que de costumbre, pero como siempre, es lo más reconfortante que puedo tener para iniciar la mañana... Tomé el ascensor impar, pues soy de la creencia que esos son los mejores números y me dirigí a comprar el periódico en el puesto de la señora Ana, quien en diez años no me ha brindado ni una sonrisa a pesar de ser su mejor cliente... Esa mañana también estuve dispuesto a sentir el yugo de su indiferencia y la ingratitud de recuerdos olvidados.

 

Antes de llegar al puesto de periódicos de la señora Ana me invadieron aprecié como el nuevo día ofrecía una calma y serenidad pocos elocuentes para una ciudad cuyo bullicio y tráfico vehicular decide anular cualquier vestigio de humanidad en sus habitantes. Entonces llegué a una oscura conclusión: estaba en otra ciudad o he vivido una vida llena de inconsistencias existenciales. Me he perdido lo mejor de mundo.

-¡Buenos días!... Me vende El Mercurio –indagué de  la misma manera como lo hago todos los días sin ningún ademán.

-¡Buenos días! ... Señor aquí está su periódico, veo que tiene muy buen semblante el día de hoy... Me gustaría verle siempre así –respondió  la señora Ana de manera sorpresiva y poco acostumbrada. Algo no estaba bien, definitivamente no.

-¡¿Gracias?! –fue lo que pude responder...

 

Algo extraño le sucedía a esta señora, nunca me había dirigido la palabra hasta y mucho menos sonreído... Ciertamente la conducta humana es muy extraña, pero en este caso no sabía si era la mía o la de ella... Aunque no deja ser desconcertante los cambios, son posibles.

 

 Fui hasta mi automóvil...  Y como siempre, el fiel Julián me estaba esperando en la otra calzada... Es una de las pocas personas con quien puedo hablar con confianza, pues tiene esa característica peculiar de saber escuchar sin interrumpir, lo cual inspira un espíritu de familiaridad, aunque a veces, cuestiono la sinceridad de la atención que presta a mis comentarios, quizás lo haga por compromiso.

 

-¡Buenos días Julián! Listos para comenzar un nuevo y largo día- acusé, con la misma energía de costumbre, justo antes de abordar el vehículo.

-¡Retírese señor!- respondió Julián haciendo un gesto de desprecio- Este taxi está reservado para un señor, que es mi cliente desde hace muchos  años...

-¡Por Dios!, es que acaso amaneciste demente el día de hoy... Soy yo Carlos Montenegro- respondí con mucho asombro... Había algo en su mirada que no degustaba mucho, es como si estuviera fuera de sus cabales.

-Señor hágame el favor de retirarse o me veré forzado a llamar a la policía- Acusó Julián, luego de empujarme de la puerta del automóvil...

 

Así pues, que decidí desistir del asunto y tomé otro taxi, luego me encargaría. A final de cuentas Julián debía regresar a mi oficina y ahí le exigiría una explicación del porqué de su conducta... De igual manera, estaba retrasado y ya me imagino a la abuela Nancy esperándome en la puerta de oficina con su ceño fruncido... Y ciertamente, siento una  profunda debilidad por ella pues ha sido mi padre y mi madre, lo único verdaderamente tangible que he tenido en mi vida.

 

¡Gracias Señor!, es muy amable- Dije de manera reconfortante, luego que otro taxista acudiera a mi llamado para llevarme al centro de la ciudad… Tenía cierto ataque de pánico por todo lo acontecido en apenas un par de horas de la mañana de aquel día. Así que tomé el periódico y comencé a leer la última página.

 

-¡Cielos! ¿Qué es esto?... – Exclamé a en voz alta.

-¿Señor le pasa algo?..- Preguntó extrañado, el taxista...

-Disculpe el abuso, ¿usted puede leer esto?...- Le dije mientras le enseñaba la última página del diario...

-¡Sí, claro!... Dice: “Carlos Montenegro fue secuestrado ayer en la madrugada” -Respondió con mucha seguridad...

 

“¿Es que acaso no soy yo de quien habla?  -reflexioné preocupado- La vida es extraña,  uno siempre la está buscando y cuando la tiene la lanza al olvido... Seguro que sufro de alguna clase de demencia temporal y todo lo que intento hacer bien me sale mal... Como mis relaciones con otras personas, las cuales asumo de manera autómata sin dar un mayor cuido a lo esencial de las mismas... Sin embargo, nada de esto tiene que ver con el titular errado de un diario, puede ser un elemento meramente circunstancial, una cadena de eventos que no necesariamente tienen que conectarse uno con otro... ¿Cuántos Carlos Montenegro puede haber en esta ciudad?... No importa... Todo lo que me rodea es un absurdo la gente complica las cosas más de lo que lo debería hacerlo... Es como si entrara a un mundo no confeso, cuyas leyes las dicta el surrealismo verosímil que nos acompaña día y noche... Y es que en esta ciudad, todos somos una pieza movida por el engranaje de esta sociedad...”

 

Bien, cuando llegué al edificio de la empresa, comencé a ver algo familiar en este día donde todo es extraño. Como siempre el vigilante de la puerta y el automóvil de mi abuela, evidentemente todo estaba como lo dejé ayer. Realmente el cambio es algo que no me agrada mucho, por eso siempre me resisto a sus sutilezas.

 

Así pues, sin mucho pensar, decidí subir hasta mi oficina. La verdad es que mi cumpleaños está próximo y tal vez cualquiera de las anomalías en mi rutina acostumbrada, sea  una burla de mis amigos y familiares.

 

-Disculpe Señor no puede acceder al edificio sin una respectiva autorización- Acusó el guardia de seguridad del edificio.

-¡Seguro!... Usted sabe quién soy yo, el nieto de Nancy Montenegro.  ¿Ahora necesito autorización? Como si no he pasado por esta puerta en los últimos años... ¡Por Dios!- Aseguré con un ademán no acostumbrado en mí.

-Señor no puede pasar, y déjese de bromas, el nieto de la señora Nancy fue secuestrado ayer en la madrugada.  No podemos dejar entrar a nadie que no tenga autorización... –Aseguró  el oficial de seguridad con mucha firmeza

-¡Sí! Y... ¿Cuál es mi nombre?- Respondí.

-No lo sé Señor es primera vez que lo veo. –Señaló con un gesto.

-¿Seguro? Yo lo conozco desde hace cinco años; que es justo el tiempo que usted ha estado trabajando en este edificio- respondí con dureza.

-Es cierto señor, llevo cinco largos años trabajando en esta empresa; pero  es  la primera vez que lo veo en toda mi vida. Yo sé quién es el señor Carlos Montenegro, él me ayudó a conseguir en este trabajo. Ahora, si es tan amable, ¡retírese!- Concluyó el oficial, casi gritando.

 

Realmente, este juego de cumpleaños, si es que existía, se estaba volviendo pesado y lo peor es que mi abuela debía estar preocupada porque no he llegado a la oficina... Aunque sólo eran tres pisos, así que subí por las escaleras traseras ahí nunca hay personas…

 

-¿Que tal señor? -dije al hombre que se encontraba sacando los trastes...

-¡Hola! -respondió sin inmutarse y de la manera más seca posible.

 

Sin embargo, no le presté atención y comencé a subir lentamente escalón por escalón, mientras oía los sollozos de las personas, por mi supuesta desaparición; eran tan profundos que penetraban en mis oídos con un eco que retumbaba en las escaleras lo cual amplificaba el silbido que ofrecían sus quejidos... Proseguí y el sudor ya hacía estrago en mi rostro, en tanto, las botas de los oficiales de la policía se oían cada vez más fuertes, por lo que decidí esconderme tras la puerta de las escaleras  del piso tres... Y  puedo asegurarles, que en ese momento me vino la misma sensación que siento al despertarme, además de una pérdida desesperante de mis sentidos.

 

Cuando estaba esperando en el piso tres entro una brisa helada por la puerta muy parecida a la que había ocurrido en la mañana cuando estaba en el baño pero esta vez vino acompañada de un campaneo cuyo origen desconozco.

 

Bien, decidí continuar mi tortuoso ascenso, a pesar de que los ruidos continuaban sofocando mis oídos... El zumbido era agudo y penetrante, a tal punto que no podía oír los comentarios que hacían los oficiales de policías con mi abuela; sólo podía apreciar  el crispante sonido de las esposas y el chasquido de las cachiporras, que penetraban hasta mis huesos... Me sentía fuera de mí o peor aún, sentía que las personas que me rodeaban no estaban completamente en sus cabales.

 

Así pues, trémulo y desorientado decidí abrir la puerta y vi al fondo del pasillo a mi abuela Nancy, viendo a través de la ventana, con una mirada vaga y perdida cómo de alguien quien hubiera perdido a un ser querido... Hecho que me tocó el corazón y decidí abordarla sin mayor preámbulo...

 

-¡Buenas tardes abuela!- Dije como si los acontecimientos que ocurrieron en el transcurso de la mañana no hubieran existidos...

-¡Disculpe señor! ¿Le conozco? -Inquirió mi abuela de manera temeraria y con el ceño fruncido.  -Sólo tengo un nieto y no lo veo desde hace dos días, o es que... ¿Usted sabe  algo y me está gastando una broma a mí?...

-¡No por Dios Abuela! soy yo, Carlos... O es que hay demencia colectiva el día de hoy o  todos están jugando a algo y no me han lo notificado, o simplemente es una broma por la proximidad de mi cumpleaños...

-Lo siento señor, -respondió- llamaré de inmediato a la seguridad de la empresa porque estoy pasando por un mal momento y no quiero que alguien se burle de la ausencia de mi nieto...

 

Acto seguido mi  abuela salió al corredor contiguo, donde se encontraban los oficiales de seguridad con algunos detectives que indagaban sobre el presunto secuestro de mi persona. Así que decidí correr por las escaleras de emergencia, para evadir a mis perseguidores y tomar rumbo al parque. Ya estaba atardeciendo y no tenía a donde acudir, pues lo más probable es que mi abuela vaya a mi departamento a buscarme y termine preso por la confusión colectiva que estamos viviendo.

 

Quizás, el demente sea yo y esté usurpando una personalidad que no me es propia. Sin embargo, aquí tengo mi licencia de conducir y dice claramente “Carlos Montenegro”, junto a mi domicilio y una foto no muy vieja, apenas tiene un año, pues data de mi último cumpleaños.

 

“¡Qué extraño yo dudando de mí mismo!” –dije casi susurrando mientras me cuestionaba mi actitud de no dejarme llevar por los acontecimientos para ver que sucedía y así evitarme todo este deambular sin sentido.

 

-Disculpe señor –preguntó a un anciano que pasaba justo a mi lado cuando me encontraba  divagando- ¿Le pasa algo?... ¿Se siente bien?...

-¿Nunca ha tenido la sensación que es un extraño en su propia vida? -respondí haciendo un mueca.

-Todos los días cada vez que amanece... Amigo se le llama vejez y es algo que llega con el tiempo y de lo cual nadie puede evadirse... -contestó el señor

-Sí lo sé, -aseguré.

-No crea buen hombre –prosiguió  el anciano- a veces esa es la realidad y la mentira es la que nos construimos todos los días.

-Sí, por supuesto, pero lo auténtico ya no existe, así que es necesario volver a comenzar todos los días -respondí sin prestar atención a lo que decía y mientras me marchaba a otro lugar del parque...

 

Que conveniente que todo el mundo me haga dudar sobre quien soy, cuando tengo miles de pruebas que sustentan mi existencia. Aquí está mi portafolio, donde tengo documentos con mi nombre; llevo puesto el anillo que me regaló mi abuela Nancy cuando cumplí catorce años, cuyo grabado tiene mi nombre, “Carlos Montenegro”, y la frase “Ad Augusta per Angusta”,  la cual usaba mi abuelo para cerrar sus negocios, pese a que mucho de ellos terminaran en buenos sueños e intenciones, pero con muy escasos réditos.

 

De igual manera, nada de esto funciona, sigo en el mismo punto de cuando comenzó este día y ahora que termina, las cosas no parecen mejorar. He pasado la noche en un parque por temor de volver a mi casa, no he podido seguir con mi rutina diaria porque nadie me reconoce y ahora resulta que Carlos Montenegro, o sea yo, según la prensa, me encuentro secuestrado. Aunque  en realidad lo que he intentado, desesperadamente, es continuar con mi vida.

 

Bueno compraré el diario, creo que allí comenzaron a desencadenarse esta serie de eventos absurdos. Pero procuraré comprarlo en un sitio alejado de  los lugares que suelo frecuentar. Así me sentiré un poco más yo, pues comienzo a dudar de mí mismo; o tal vez, sea esta constante muletilla sobre el cumpleaños que no acabo de entender o la desgracia de una broma pesada que me están haciendo.

 

-Buenos días señor, -le dije a la persona que estaba ofreciendo periódicos dos manzanas al norte del parque- véndame el diario El Mercurio...

-Aquí tiene, -me entregó el periódico sin verme el rostro.

 

Cuando comienzo a revisar los titulares escucho la conversación que sostiene el mismo vendedor con una señora; a quien parecía conocer desde hace mucho tiempo: “Si que cosas, no, el señor Carlos Montenegro tan dispuesto a ayudar a los demás y mira con qué le paga el mundo”-decía la señora-. “Sí bueno, peor la abuela que ha puesto todo en ese muchacho para seguir adelante con sus negocios y sus otros asuntos”. Y más adelante continúa el vendedor de periódico: “Para colmo de males, según dice El Mercurio, los secuestradores ni siquiera han solicitado rescate y al parecer entraron en el departamento del joven Carlos, y se llevaron todo lo que había de valor...  Bueno, es increíble, pero hasta rateros son los secuestradores... ”. Al oír esta conversación, sencillamente me inmuté, pues es imposible que persona alguna haya entrado en mi departamento, ya que cuando salí la mañana de ayer, todo estaba en orden y nadie se atrevería a entrar en mi ausencia luego de que se conociera de mi supuesto secuestro en la prensa.

 

Mientras hacía estas divagaciones volví al parque y comencé a buscar la noticia en El Mercurio, donde se narraba mi negado secuestro, para así conocer los detalles del mismo.

 

“Al cierre de esta edición la familia del señor Carlos Montenegro, tiene varias semanas sin saber de su paradero”, leí en uno de los párrafos. ¡Pero por Dios! Yo cené con mi abuela el lunes, eso fue hace tres días, apenas, y ayer me corrió ella misma de mi oficina cuando fui a hablarle de todo lo que me estaba ocurriendo... No entiendo esto, están yendo muy lejos, si lo del secuestro es una broma...

 

Continué leyendo y pasé a las páginas internas donde estaba una foto mía... Mi sorpresa fue aún mayor, es la misma foto de mi pasaporte la cual no tiene más de quince días... No es posible, que todo el mundo no quiera darse cuenta que Carlos Montenegro soy yo... Que la única diferencia entre mi persona de hoy y la de ayer es que estoy más viejo, y mañana será mi cumpleaños. ¡Estoy al borde de la locura!

 

Así en medio de esta maraña mental, me acerqué a una señora que estaba tres manzanas más adelante, la cual jamás había visto en mi vida para ver si notaba algún parecido entre la fotografía publicada en el periódico y mi persona. Es poco probable que mi abuela la conozca, por lo tanto no es posible que forme parte de esta broma que me están jugando.

 

Sin embargo, debo confesarles, que con todo lo que me está sucediendo, siento la fuerte necesidad de creer en todo lo que me rodea. Es como si los argumentos de las personas que conozco y que he visto, cobraran vida dentro de mi realidad. Tal vez sea una ausencia de tiempo real lo que está provocando esta locura colectiva.

 

Tomando la foto del diario y la de mi pasaporte, llamé a la señora muy cortésmente para que no me tomara por demente.

 

-Disculpe señora, ¿podría hacerle una pregunta?- intervine.

-Sí seguro señor- replicó de manera amable.

-Nota usted algún parecido en estas dos fotografías- le dije mientras le mostraba ambas con mi mano derecha.

-¡Sí claro señor! Son idénticas, es más, son las fotografías de usted mismo- afirmó la señora sin complicación alguna- ¿Le pasa algo?...-continuó...

-No, nada señora- respondí en medio de la grata sorpresa.

 

Luego de esto apresuré el paso y tomé la avenida principal. En medio de mi asombro no sabía qué creer, es obvio quién soy pero mi propia abuela me ha negado, incluso personas que no conozco negaron mi existencia. Ahora una desconocida me reconoce... O serán las fotografías, o tal vez sea una infame mentira lo que he vivido en toda mi vida.

 

Así pues, decidí, sin mayores tapujos, volver al inicio de todo, a mi departamento, creo que allí podré dilucidar toda esta serie de eventos que aún no entiendo. Aunque debo confesar, que mi vida no es muy cuerda, pero mi realidad no implica la usurpación espiritual de otras personas; podría decirles que lo más apremiante en mi existencia son mis constantes fatigas y ansiedades las cuales son  de lo más común en este mundo.

 

Esta confesión se la hago no porque trate de justificar mi precaria vida, mas bien la realizo con ánimos demostrar que soy una persona corriente cuya cadena de acontecimientos vividos, son el resultado aleatorio de circunstancias creadas por eso que llaman destino, o tal vez, el capricho de alguna ecuación humana cuya incógnita tiene que ser despejada.

 

Cuando me encontraba a escasos metros de mi departamento me encuentro con un cerco policial, por lo que traté de ocultar mi presencia para no llamar la atención y poder entrar, sin mayores complicaciones, al edificio.

 

Ya en la entrada escuché como un policía le decía a otro: -“Este es uno de los casos más extraños que he visto en mi vida, la abuela del secuestrado dice tener varios días que no ve a su nieto, pero el portero del edificio dice haberlo visto ayer en la mañana cuando se iba para el trabajo”-. “-Sí amigo-intervino el otro oficial- alguien está mintiendo, pero lo cierto es que el señor Carlos Montenegro tiene, al menos, un par de días que no se  sabe de su paradero, tampoco se le ha visto en la oficina ni regresó a su departamento anoche, pero aún, nadie ha pedido rescate”.

 

Mientras los policías terminaban esta conversación, entré al edificio y subí por las escaleras, para evitar las miradas de los vecinos y las situaciones incómodas; porque hasta la policía daba como un hecho mi secuestro, mi desaparición. Así que una vez en la puerta de mi departamento y ya con el sol poniéndose detrás de mi rostro, puse la mano en mi bolsillo izquierdo, tomé las llaves y abrí la puerta como siempre lo hago, sin problema alguno...

 

Una vez adentro de mi departamento, observé alrededor y todo estaba como le dejé el día de ayer cuando salí a trabajar, incluso la taza de café sucia del día anterior todavía permanecía  en su mismo sitio. Así que me dispuse a descansar, no si antes disimular mi presencia pues quería mantenerme en silencio para ver si por algún motivo oía a alguno de los vecinos o a un policía hablar de mí, para así poder reafirmar mi propia existencia.

 

Continué con mi rutina antes de acostarme, y cuando me disponía a leer, comencé a escuchar unos pasos en el corredor del edificio, como si unas tres personas se acercaran a mi departamento mientras conversaban, por lo que apagué la luz de la biblioteca y me coloqué detrás de la puerta.

 

Cuando los pasos se hacían más fuertes comencé a sudar y unos escalofríos recorrieron por todas mis extremidades, en tanto que las palpitaciones de  mi corazón retumbaban en mis oídos y el deseo de enfrentar a estas tres personas se  hacía insostenible. Entonces, un golpe seco se oyó desde el fondo del armario de mi habitación y, acto seguido, los tres hombres se detuvieron, frente a la puerta de mi departamento, esperaron unos minutos e iniciaron una conversación en un tono de voz muy bajo; era completamente inaudible para mí... Pasaron otros minutos, me incliné sobre la rendija de la puerta principal y pude oír, a los tres hombres que habían retomado su tertulia...

 

-“¿Estás seguro que este es el departamento del señor que estamos buscando?”- preguntó uno de los oficiales de policía al conserje.

-“Sí señor, -respondió el casero- es el departamento B-09 del señor Carlos Montenegro.”

-“¿Cuándo fue la última que lo vio salir de aquí?”-dijo en tono acusador el otro oficial de policía.

-“Ayer  muy temprano -señaló el casero- como lo he visto siempre en los últimos siete años que he estado trabajando en este edificio. A decir verdad, -prosiguió el conserje-  el señor Carlos Montenegro es muy rutinario y hasta obsesivo con la hora; tiene muchas manías desde comprar el periódico hasta sus paseos dominicales con su perro. Ciertamente es muy extraño, aunque no es mala persona”.

-“¿Su perro?”-preguntó uno de los policías-

-“Sí, se llama Aker y es negro con el pecho blanco”-continuó el casero.

-“¿Dónde ha estado el perro en estos días?”-volvió a preguntar el mismo policía.

-“No lo sé, -respondió el conserje- supongo que en el departamento aunque no lo he oído ladrar ni chasquear en la puerta. De hecho el noble animal siempre está dentro, sólo  sale los domingos cuando van de paseo, como le dije antes”.

-“Bueno volveremos mañana cuando la señora Nancy Montenegro esté presente para poder  entrar en el departamento sin problema alguno, ella responderá todas estas preguntas que debemos  hacer”-. Aseguró el otro  oficial de policía.

-“Sí, ella tiene llave del departamento- intervino el casero- de hecho suele jugarle bromas al señor Carlos con visitas sorpresas”-. Finalizaron la conversación.

 

Los  tres hombres se retiraron del mismo modo como habían llegado, sin hacer ruido, aunque podía oír como continuaban hablando por el corredor que conduce a los ascensores, mientras se alejaban. Era una conversación casi cómplice de todo lo que estaba ocurriendo, lo cual me desconcertó mucho, pues he llegado a creer verdaderamente que  todo el mundo está loco, ya que no es posible que algunas personas me reconozcan y otras no. Además esto nunca me ha pasado en vísperas de un cumpleaños por lo que no puedo echarle la culpa a algo o alguien.

 

Debo admitirlo,  mi casero está totalmente equivocado en cuanto al perro. Yo nunca he tenido una mascota, y por mucho que quisiera no puedo, soy alérgico, definitivamente está en un error. Todo lo demás es correcto,  me levanto siempre a la misma hora, sigo mi rutina, compro el periódico, salgo a trabajar a la misma hora y también me voy de paseo los domingos, sólo que no llevo a ningún perro conmigo, sólo mis pensamientos.

 

Y ciertamente, los domingos suelo encontrarme con mi casero y hasta conversamos un poco de cosas cotidianas, nada elaborado. Y ahora que lo recuerdo, yo lo vi el día de ayer antes de irme a mi trabajo; él estaba regando el pequeño jardín que  hay a la entrada del edificio, por lo que su testimonio sería crucial, pues al final de todo, fue la última persona en verme, y a partir de allí se desencadenaron todos estos insensatos sucesos.

 

Así pues, sin mayor reflexión decidí tomar un jugo para irme a acostar y entregarme al sueño reparador, ya que anoche no pude dormir debido a mi deambular por el parque.

 

Terminadas estas reflexiones y ya en mi cama,   justo cuando me estaba quedando dormido comenzó un perro a ladrar. Empezó con un llanto seco, casi un gemido, como si le doliera algo. Pasado un tiempo, su ladrido era mucho más fuerte casi de angustia; como si estuviera ladrándole a una persona desconocida. Me levanté de la cama y miré por la venta para investigar, y aunque todavía podía oír al perro, era incapaz de poder verle, sin embargo, siempre tuve la impresión de que su gemido provenía de la habitación contigua a la mía, por lo cual me asomé a la misma y no pude ver nada.

 

Intenté retomar el sueño nuevamente, para mi sorpresa, el perro prosiguió ladrando, pero esta vez lo hizo mucho más fuerte y los ladridos eran alternados con gruñidos. Transcurridas  unas dos horas, el perro se calló súbitamente y luego la paz y el silencio  se apoderaron de la noche. Una vez  percibido el zumbido del silencio, miré el reloj y noté que eran las tres de la madrugada. Acto seguido me entregué en el más profundo de los sueños, no me levanté en lo que restó de noche y no oí absolutamente nada más; tampoco tuve pesadillas, la cuales frecuentan mis sueños y hacen de éstos una verdadera jornada agotadora. Sinceramente, debo admitir, que nunca antes he dormido mejor en toda mi vida, y  mis más cercanos conocidos pueden dar fe de ello.

 

Sonó el despertador a la hora habitual. Me desperté y me ahogué en mi rutina diaria, previa a mi salida a trabajar. Tomé mi ducha y mi café, puedo asegurar que me siento mucho más viejo no a causa de mi cumpleaños, que es hoy, sino porque me da la impresión de haber vivido muchísimos años, tal vez décadas en tan sólo dos días.

 

Aunque esta mañana creo que puedo abusar  y no salir tan temprano a trabajar, para así disfrutar un poco más. Nadie podrá reprochármelo pues es mi cumpleaños y me lo merezco, a cambio de tanta constancia y puntualidad de los últimos años.

 

Terminadas estas reflexiones y cuando me estoy vistiendo, oí que llamaron a la puerta. Cosa muy extraña pues casi nunca recibo visitas tan temprano y mucho menos en un día de trabajo. Así pues, sin más demoras me dispuse a abrir la puerta, cuando  vi el reloj de la cocina y tenía justo la misma hora que hace dos días cuando me retiré a mi trabajo, lo cual significaba que estaba retrasado pues aún no estaba listo para irme. Hecho curioso, porque no soy muy proclive a romper con mi rutina, muy a pesar de que he decidido tomarme un tiempo más por ser mi cumpleaños.

 

Después de esta reflexión, me detuve un momento en el pasillo de mi departamento y dudé en abrir la puerta, dado que ya era muy tarde y necesitaba ganar tiempo. Sin embargo, volvieron a llamar a la misma una segunda vez, y, transcurrido un minuto,  llamaron una tercera vez; esta última me hizo recapacitar  y decidí abrir la puerta, al final de cuentas llegaría  tarde a mi trabajo, por lo que unos minutos más, no haría mucha diferencia en mis labores diarias.

 

Cuando abrí la puerta me sorprendió mucho ver a una señora anciana, la cual jamás había visto en toda mi vida,  a su lado estaba  mi casero y dos oficiales de policías, que presumí que vendrían por algún inconveniente. Creo que mi asombro fue de tal magnitud que por unos instantes nadie mencionó palabra alguna.

 

-Sí, ¿qué se le ofrece?-pregunté con voz de extraño y asombro.

-Señor queremos que nos responda algunas preguntas-dijo uno de los policías.

-¡Carlos!, mi querido nieto -intervino la señora mientras me abrazaba y besaba- ¿Dónde has estado estos últimos días?

-Disculpe señora pero… ¿Yo la conozco? –respondí.

-¿Qué pregunta es esa, Carlitos? -señaló la señora haciendo un ademán- Si yo te he cuidado desde que mi hijo, tu padre, murió.

-Lo siento señora, pero usted está confundida de departamento- aseguré de manera imperiosa.

-¿No es este el departamento “B-09”?, donde siempre has vivido... ¡Carlos Montenegro!, ¿qué te sucede? –dijo cuando señalaba el número de la puerta y me miraba con encono- Mira estas son las llaves de tu casa, tú mismo me la distes –terminó, luego de arrojarme el manojo de llaves junto a mis pies.

-Lo lamento señora yo no la conozco, pero sí es cierto que yo siempre he estado en este departamento, pero no soy Carlos Montenegro. Mi nombre es Juan Francisco Castillo. ¡Usted está equivocada!- respondí firmemente, mientras le señalaba al casero y los dos oficiales de policías que se la llevara.

-No se preocupe señor Castillo, todo esto es un malentendido- puntualizó uno de los policías.

-Señor Juan Francisco, yo me encargo –dijo  el casero,  justo cuando le  tomaba  la mano a la señora-. Yo acompaño a doña Nancy hasta la puerta del edificio.

 

Luego de esto me disculpé y cerré la puerta de mi departamento. Me terminé de vestir y mientras lo hacía, me acordé que el nombre de Carlos Montenegro lo había leído en El Mercurio, y que el sujeto estaba secuestrado desde hace un par de días. Cuando estos pensamientos vinieron a mí sentí pena por la señora y hasta tuve la necesidad de llamar al conserje para ayudarla en algo. Sin embargo, no lo hice y dejé las cosas como estaban.

 

Bueno, sin mayores contratiempos, con buen ánimo me dispuse a marcharme para el trabajo, así que  tomé mi anillo, lo pulí y cuando abrí la puerta de mi departamento, escuché el ladrido de mi perro Aker y me acordé  que por dos días no le había dado comida, así que me regresé hasta donde estaba. Al verlo, sentí mucha vergüenza por él, pues no soy de las personas que evaden sus responsabilidades y, ciertamente, mi conducta me tiene un poco desconcertado, a parte de toda esta confusión matutina con mi casero, la señora y los policías.

 

-¡Toma Aker! -le dije al perro con voz de angustia por mi irresponsabilidad- aquí tienes tu comida, mi buen amigo, discúlpame, te aseguro que el domingo te llevaré de paseo, como siempre, luego de comprar el periódico.

 

 

 

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