jueves, 20 de diciembre de 2012


EL ASESINO DE BAUDELAIRE



Por JR Cordero

A la séptima avenida con calle veintitrés acudieron los detectives Raúl y Verónica, una vez fueron llamados por los forenses. Cuando entraron a la casa del occiso, se encontraron con una escena dantesca. La víctima se hallaba tendida en el cuarto de baño con el cuello abierto de derecha a izquierda por una profusa herida, quizás hecha por un objeto muy filoso, un bisturí u otro artefacto de corte potente y profundo. Los detectives se vieron mutuamente a la cara y sabían perfectamente que se trataba del asesino en serie sobre cuya pista estaban desde hacía unos seis meses atrás. Se trasladaron hasta un pequeño boquete en la pared contigua al salón del baño y advirtieron que el mismo, se usó como vehículo de penetración a la residencia del boticario Fernando, la víctima. Más allá, ya en el vestíbulo propiamente dicho, se encontraron con la frase “De que os sirve cortesana imperfecta / no haber reconocido lo que los muertos lloran”. Eran dos versos de Baudelaire, el cual dejaba el asesino sin importar si el muerto era hombre o mujer. En este caso era lo único constante en la serie de asesinatos. Todo lo demás era completamente aleatorio, además nunca hallaron rastro alguno antes, sin cabellos, huellas dactilares, resto de piel, pisadas, era a un asesino quirúrgico. Su pulcritud sólo era comparable a lo sistemático de la ejecución de sus delitos. No obstante, los detectives se percataron que cerca de la víctima había una navaja de afeitar con un par de huellas dactilares y una jaula de unos ocho metros cúbicos donde cabría un animal mediano, probablemente un ave tropical. El boticario poseía muchas mascotas en su residencia pues vivía solo en la misma. Únicamente se rodeaba de estas criaturas y los químicos propios de su profesión, todo esto le daba un aura de misterio a la vida de aquel hombre, quien no merecía morir en las condiciones halladas. En el baño no había rastro de sangre del boticario ni del asesino, es como si le hubieran extraído el líquido vital al pobre Fernando. Pero esto tampoco era una sorpresa para los detectives y el equipo forense, el hombre a quien buscaban también tenía esta particularidad. Estaban delante del asesino de Baudelaire, quien ejecutaba su macabro oficio de noche y en plena  lluvia, mientras succionaba la sangre de sus víctimas sin ningún tipo de reparo. Todos en la ciudad sabían de su existencia pero desconocían su identidad, era un ladrón de vidas en plena penumbra.

-¿Alguna novedad oficial?... Algo en particular que nos permita avanzar en este tema y dar con el asesino –preguntó la detective Verónica, siempre directa al punto.

-No, sólo un par de juegos de huellas dactilares en la navaja de afeitar de la víctima. Sin embargo, a juzgar por su posición un juego pertenece al occiso y el otro no parece humano. ¿Curioso no? El cuerpo tampoco tiene señales de violencia, igual que los anteriores –señaló el forense mientras tomaba fotografías de cadáver.

-¿Algo nuevo, acerca del mensaje en la pared? –continuó la detective.

-Realmente sí, hay algo nuevo es ese asunto. Esta vez el mensaje no fue escrito con jarabe de maíz, sino, con lápiz labial –aseguró el forense luego de levantar el cuerpo.

-¿Lápiz labial? ¿Alguna marca en particular? No sé, esto nunca había ocurrido antes es muy extraño, siempre dejaba el mensaje con jarabe de maíz –acusó la investigadora.

-Posiblemente el asesino no tenía más jarabe de maíz y usó el lápiz labial para despistar a los investigadores. Yo digo que es una acción preparada, pues a juzgar por su grafología el asesino no estaba nervioso cuando escribió el mensaje –señaló el forense.

-¿Tú qué opinas? ¿Hay algún un sentido en todo este asunto? –preguntó Verónica a su compañero cuando este leía una y otra vez el mensaje en la pared.

-Lo que siempre hemos dicho, es un asesino culto, por el uso de unos versos de Baudelaire. También es frío y calculador, posiblemente conozca a sus víctimas, es pequeño y es zurdo o en el peor de los casos ambidextro. Y se me olvidaba, tiene una profunda atracción por la sangre humana, del resto no sé –señaló el detective Raúl.

-Es muy extraño todo este asunto. ¿Por qué crees que cambiaría el jarabe de maíz por lápiz labial? ¿Y el boquete en la pared? Eso no tiene sentido… No lo sé Raúl, creo que tenemos un copiador, un imitador o nuestro asesino está cambiando su modo de actuar, no lo sé –cuando la detective dijo esto sonó el teléfono móvil del detective Raúl, era el jefe de la división de homicidios, Daniel García, quien estaba presionando por la captura del homicida pues el alcalde de la ciudad se hallaba desesperado por este homicida cuya acciones le daba mala reputación a la ciudad de San Pedro.

Ya en la comisaría principal de la ciudad, los detectives fueron llamados a la oficina del jefe de la división de homicidios. El jefe García, estaba tan ofuscado con la situación que tenía a todo su cuerpo detectivesco en vilo. Las autoridades civiles buscaban la calma entre la ciudadanía, mientras la prensa hacía lo propio con la situación. Toda la ciudad de San Pedro se encontraba en tensión, el asesino de Baudelaire había cobrado una víctima en tres meses, sin que la policía pudiera dar siquiera con su paradero. No había sospechoso pero sí muchos occisos. Algo perverso dominaba el corazón del homicida en serie, pues los asesinatos comenzaron justo con las lluvias, cuando el ánimo de los corazones más perversos prevalece a la brillante razón en el espíritu humano.

-Hace cinco minutos hablé con el Alcalde. Su ánimo no era muy bueno y de parte de ustedes, sólo escucho modismos que le gusta a la prensa, pero que no me resuelven nada. ¿Alguno de ustedes dos me puede responder por la situación o quizás responderme de manera técnica?... ¡Qué carajo está ocurriendo aquí! –dijo el jefe García fuera de sí.

-En la nueva víctima sólo hallamos una diferencia con respecto a las otras cuatro. El asesino usó lápiz labial en lugar del jarabe de maíz, para escribir los versos de Charles Baudelaire –decía la detective Verónica justo cuando fue interrumpida por un golpe sobre el escritorio por parte del jefe de detective, en una acción visible de encono.

-¡No quiero saber más de jarabes de palo ni de poetas malditos! Quiero soluciones señores, hasta ahora escucho teoría absurdas sobre el asesino y no veo investigación formal alguna. ¿Están en capacidad de llevar adelante esta investigación o los relevos del caso? ¡Lárguense de mi oficina y trabajen! –señaló el jefe sin ánimos mediar. Por su parte los detectives se marcharon, pero cuando estaban por abandonar la comisaría decidieron pasar por la morgue para hablar con el forense acerca de la autopsia de la última víctima.

-¿Alguna novedad doctor? ¿Qué me puede decir de las huellas digitales encontradas en la navaja de afeitar? –señaló el detective Raúl cuando estaba en el interior de la morgue y frente al cadáver del boticario. Su compañera advirtió la placidez del occiso.

-Con honestidad, no. Las huellas dactilares halladas en la navaja pertenecen por una parte a la víctima y por otra a un primate superior, quizás un chimpancé común o un bonobo, no lo he determinado aún. En cuanto a la navaja es totalmente descartable como arma homicida, la herida del cuello es limpia y continua, una afeitadora común como esta no haría un corte de precisión como este –dijo doctor apuntando la cortada con su índice – Además, el mismo está hecho de derecha a izquierda y la víctima era un hombre diestro, descarte el suicidio. En lo demás no hay diferencia alguna.

-¿Un corte de precisión, quizás un bisturí? –preguntó la detective Verónica.

-Puede ser, aunque una katana haría el mismo trabajo. Detectives, ¿han pensado en un caso de licantropía clínica en esta situación? –señaló el forense.

-¿Licantropía clínica? Explíquese mejor doctor, no entiendo –aseguró el detective Raúl.

-Escuchen bien, el asesino no tiene patrón alguno. Las víctimas, hasta este momento, son escogidas al azar. No hay conexión entre ellas ni tampoco en función a su victimario. Eso demuestra un comportamiento errático, irracional. Si a ello le sumamos la succión de la sangre de manera limpia, tenemos allí un comportamiento animal cuya intensidad disminuye cuando el asesino termina su macabro trabajo y luego escribe los versos de Baudelaire para demostrar su intelecto superior. No estoy hablando de hombres lobos, verán, en el Egipto antiguo se creía en mucho en la teriantropía, que era la habilidad que tenían ciertas personas para transformarse en animales y bestias en hombres. En lenguaje clínico, esto ocurre en los pacientes que padecen de esta patología pero a nivel mental y se asume como una bestia, en el caso de la licantropía se cree un lobo y actúa como tal, cometiendo aberraciones como estas y en casos menos severos sólo hay un cambio de conducta hacia lo irracional –señaló el forense cuando estaba pesando el corazón del boticario, sin inmutarse por su lóbrega teoría. Los detectives no mencionaron palabra alguna, se vieron mutuamente y abandonaron la morgue rumbo a la calle, quizás con más dudas que resultados concretos. (Profanación Iglesia de San Pedro)

Ambos detectives se pasearon por las escenas del crimen tratando de buscar conexiones entras las distintas víctimas. No hallaron ninguna, salvo un pequeño detalle en cuanto a que las mismas estaban ligadas al poema de Baudelaire, “Póstumo Remordimiento”. El victimario había asesinado sistemáticamente a cada una de ellas según el soneto del poeta francés. No obstante, los investigadores no aceptaban del todo esta teoría pues estaban más acostumbrados a criminales un poco más comunes y la división de homicidios de la policía de la ciudad de San Pedro no tenía experiencia al respecto. Lo único cierto era que el asesino era una persona inteligente y sentía un especial interés por la sangre y por la ejecución minuciosa de su macabro oficio. Sombrío es el corazón cuyos sentimientos se hallan delante de la razón que los equilibra. (Asesinato según el poema “El Cadáver de tu Vampiro).

Semanas después de estos sucesos los detectives Raúl y Verónica fueron llamados a la séptima avenida con calle veintisiete. El asesino había actuado nuevamente, esta vez a un par de calles más allá que en la última ocasión. Cuando los detectives entraron al vestíbulo de la residencia, se encontraron con el cadáver de una mujer de unos cuarenta y tres años, muy hermosa y en una posición decorosa, casi como si estuviera en bello reposo. Sus manos al centro de su pecho empuñaban una rosa azul. Su rostro perfectamente maquillado y su faz de complacencia ocultaban la cicatriz, dejada en su cuello por el arma homicida. El cadáver estaba perfectamente vestido con una bata de dormir blanca y el resto del lecho era todo ornamentado como una especie de cajón. Toda   esta   armonía   era  abruptamente  interrumpida  por  los  versos   del  poema  de Baudelaire, el cual se hallaba sobre la cabecera de la cama donde estaba el cuerpo de aquella hermosa mujer, quien estaba mostrando los efectos de su palidez mortuoria.

-¿Qué tenemos aquí? –preguntó el detective Raúl cuando se acercó al forense.

-Mujer de cuarenta y tres años, publicista, fue modelo cuando joven, independiente con su propia empresa sin descendientes, pero con padre vivos y de nombre Esther Villafranca. Hora de muerte aproximadamente hace siete horas, es decir a las trescientas.  Herida en el cuello de derecha a izquierda y cadáver sin sangre alguna –señaló el forense sin levantar la mirada del cadáver. Estaba tomando fotos detalladas.

-¿Algo particular? –señaló la detective Verónica viendo el escrito en la pared.

-Sí, además de la rosa azul, que parece formar parte de un fetiche, hay tres gotas de sangre dispuestas en forma de triángulo equilátero –aseguró el forense.

-¿Triángulo? ¿No puede ser una tremenda casualidad? Quizás se le cayó cuando el asesino realizaba su perturbador oficio –señaló el detective Raúl cuando veía la sangre.

-No, es un mensaje claro y preciso. Las tres gotas describen una perfecta circunferencia, la cual implica la colocación de las mismas con un gotero u otro instrumento. Es totalmente intencional, de eso no hay dudas –inquirió el forense con mucha seguridad.

-¿Alguna filiación? –preguntó la detective Verónica mientras revisaba la rosa azul.

-Ninguna conocida, sólo una labrador de nombre “chupeta” cuya situación actual la desconocemos y pareciera que tiene bastante tiempo ausente de esta casa pues no hay rastro visibles de la mascota –afirmó el forense cuando señalaba el plato de la perra.

-Llevamos dos muertes en la séptima avenida. ¿Verónica crees que hay un patrón en todo esto? ¿Un mensaje? –preguntó el detective a su compañera mientras tomaba muestras de los versos escritos en la pared. Su compañera hizo un alto tras la pregunta.

-Creo que sí, pero no estoy segura. El soneto de Baudelaire inicia: “Cuando por fin reposes mi bella tenebrosa”. Parece una descripción del cadáver de esta publicista y una burla constante a la belleza pasajera. No obstante, hay algo que no cuadra en todas estas señales y no logro dar cuenta de ello. ¿Qué piensas? –dijo la detective muy dubitativa.

-No lo sé. Si tu teoría es la correcta, entonces el asesino tiene que volver a atacar en esta avenida y seguir la secuencia de poema. ¿Tú vives en la séptima? –señaló el detective.

-Sí, con calle treinta y cinco, muy cerca de la funeraria. Sin embargo, pienso que debemos enfocarnos en el mensaje descrito por el asesino, debemos esperar por la autopsia y hacer el levantamiento de la escena del crimen, para confirmar si la sangre es fortuita o es intencional –aseguró la investigadora.

-No lo sé Verónica, llevamos seis víctimas y dos en la séptima avenida. Comenzaré a creer en lo de la licantropía pues entre los occisos hay rasgos comunes, no a simple vista. Quizás debamos ver más allá –dijo Raúl cuando se marchaban.

Cuando llegaron a la séptima sin salir del perímetro de seguridad de la escena del crimen, los detectives advirtieron que el cielo estaba descargando toda su furia en forma de tormenta eléctrica. A intervalos irregulares las calles transversales se iluminaban con los rayos. En unos de esos destellos, los detectives advirtieron la presencia de una figura trajeada de negro dentro de los límites de seguridad, tras lo cual dieron la voz de alto a la misma y esta comenzó a correr. El detective Raúl volvió a dar la voz  de alto e inició la persecución de esa persona con el arma desenfundada. Cuando llegó a la calle treinta y cinco, en medio de la lluvia, el detective recibió varios disparos cerca de sus pies y calló al piso, volvió en sí y se levantó y realizó tres disparos al vacío pues no estaba seguro donde estaba su oponente. Pasados unos segundos, recibió otros disparos que dieron contra el estuco de un vivero de la séptima avenida, el detective pidió refuerzos por radio y varias patrullas acudieron al lugar. Se escucharon tres disparos nuevamente y el detective respondió con su arma y la descargó, nuevamente, hacia el vacío. Pasaron unos tres minutos y los oficiales cerraron todas las calles alrededor de la séptima, y no lograron dar con nadie sospechoso. Al final se escuchó una risita cómplice que venía desde la profundidad de la noche, mientras la lluvia era su trasfondo.

Al cesar la persecución, el móvil del detective Raúl sonó, era el jefe García solicitando explicación por los disparos en el centro de la ciudad. El detective no supo qué decir y junto a su compañera se trasladaron a la comisaría, querían el informe del forense lo más rápido posible, entre sus manos tenían la sexta víctima del asesino de Baudelaire y no podían dar explicación alguna sobre el paradero del mismo pues el criminal ejecutaba su macabro oficio sin seguir pautas establecidas. En la comisaría, justo al pasar por el frente de la oficina del jefe de detectives, advirtieron que éste se hallaba conversando con Sofía Montelupo, una filántropo que, a través de su fundación, subvencionaba la policía local para su modernización y mejoramiento técnico; era algo extraña amable e iracunda al mismo tiempo, no tenía compañía conocida y siempre un hálito de misterio le rodeaba inexplicablemente, era un ser no convencional. También le acompañaban tres personas más de la comunidad, incluyendo un policía retirado, Jorge Perdomo, quien fue director del departamento y ahora tenía ciertas aspiraciones políticas y se encargaba de asesorar a la oficina del alcalde.

Tras un par de horas de espera y ya con la madrugada muerta, los detectives recibieron el primer informe de la autopsia preliminar de la publicista. No había nada nuevo, la ejecución de la víctima era limpia. Sin huellas dactilares, errores groseros o imperceptibles, sin una hebra de cabello ni rastros de ADN del asesino, y la causa de muerte, la misma que antes, pérdida masiva de sangre, posiblemente extraída por el asesino. Los investigadores estaban decepcionados y sus problemas no terminaban allí, el jefe García se acercó a ellos y les dio setenta y dos horas para arrojar una pista acerca del caso o de lo contrario serían removidos del mismo. Ambos detectives, se marcharon de la comisaría y cuando estaban en el automóvil, comenzaron a pasearse por la alocada teoría de la necrofagia mezclada con el poema de Baudelaire. Decidieron seguir el patrón que describía el soneto, asociado con la noche en tinieblas, algo propio de la licantropía clínica y así determinaron que la próxima víctima debería estar cerca de la funeraria de la séptima avenida. Ese sería el punto donde el ominoso asesino atacaría una vez más, si su teoría era la correcta.

Tres semanas después y una hora luego de haberse iniciado una de las peores tormentas eléctricas de San Pedro, en la novena avenida se escucharon varios gritos y dos golpes fuertes y secos. Todo el barrio se levantó y los vecinos acudieron al lugar desde donde se originaron los extraños ruidos. Para asombro de todos, encontraron la puerta principal de una residencia abierta, en su interior una joven pareja muerta con rastros de violencia, previa a sus muertes. Las personas entraron en pánico y acto seguido llamaron a la policía, cuyos oficiales acudieron al lugar unos veinte minutos luego de la llamada.

En el interior de la residencia, el oficial a cargo de la comisión policial, advirtió que el doble homicidio no coincidía con los del asesino de Baudelaire, pues el patrón de pulcritud y omisión de pistas se habían desechado, sólo había un vínculo, los versos de Las Flores del Mal, el asesino los dejó arriba de ambos cadáveres, esta vez escrito con la misma sangre de los occisos. Por la mente del policía pasó un ligero pensamiento: “tenemos un imitador o hay un cambio en el patrón de conducta del homicida”. Luego de esta breve reflexión llamó a los criminalistas y a los detectives Verónica y Raúl para que se presentaran en la escena, pues asumía los vínculos de un asesino en serie, no obstante había un cambio en la manera de ejecutar los asesinatos, en eso no había duda alguna.

Una hora después de la llamada del oficial de policía arribaron a la escena del crimen los detectives, fueron recibido por una mirada no muy satisfactoria de su jefe y el mismo alcalde estaba presente en el lugar, todos los vecinos había entrado en pánico. El jefe García dijo en voz alta a los detectives: “quiero respuestas” y luego se marchó junto con el alcalde.

-¿Qué tenemos? –preguntó Verónica al criminalista, quien se hallaba levantando la escena del crimen.

-Hay cambios en el patrón de conducta del homicida, si es el mismo que ha venido actuando –respondió el hombre.

-¿Explíquese? –dijo Verónica con bastante desasosiego.

-Estos asesinatos no fueron ejecutados de manera rítmica y coreográfica como los anteriores. No tenemos restos de ADN o huellas digitales, pero si tenemos unas pisadas de zapatos deportivos talla cuarenta y cinco. Las pisadas se dejaron luego del asesinato porque son de sangre –continuó el criminalista.

-¿Intencionales? –preguntó Raúl.

-Es lo más probable por la secuencia de las mismas. Por otra parte, hay restos de sangre de las víctimas por todo el lugar, hubo violencia, pero posterior a una discrepancia, me atrevo a asegurar que las víctimas conocían al homicida. Porque en la casa no hay cerraduras forjadas y ni rastro de daños al inmueble y los enseres, en cambio las víctimas, sí las tienen –apuntó el hombre mientras continuaba recogiendo muestras en la escena.

-¿Podemos asumir que el asesino es un hombre? –preguntó Verónica.

-Sí, las huellas de sangre dejadas por un calzado deportivo, coinciden con una talla masculina, aunque el movimiento dejado en los pasos denota que el homicida tiene un defecto al caminar o simulaba los pasos ejecutados, pues la huella no se deja de forma uniforme como correspondería a una caminata normal –respondió el criminalista.

-¿Qué me dice si la huella es de la víctima? –preguntó Raúl.

-Imposible, el hombre que hallamos muerto en el lugar usa cuarenta y tres de talla. Además, el occiso mide un metro con ochenta y ocho centímetros y su pareja muerta uno setenta, con sesenta y dos kilos, quien los asesinó tuvo que ser un hombre para poder realizar su macabro oficio a ambos –respondió el investigador.

-Puede ser un conocido también. ¿Qué me dices de los versos son de Baudelaire? –continuó Verónica.

-Sí, sobre el hombre encontramos este: “¡Imbécil! –de su dominio, / Si te soltaran nuestros esfuerzos, / Tus besos resucitarían/ Al cadáver de tu vampiro”. Sobre la mujer hallamos el siguiente: “Sí, tú serás así, oh reina de las gracias, / Tras el último viático, / Cuando bajo la hierba y vegetación, / Enraícen tus huesos”. El primero corresponde con El Vampiro y el segundo con Carroña, ambos del poeta francés, es lo único que coincide, además de ser zurdo, con el patrón de asesinatos que hemos venidos investigando, aunque es la primera vez que usa estos poemas –dijo el hombre.

Los detectives salieron de la escena del crimen, mientras se veían mutuamente como un indicio que el asunto ya estaba fuera de cualquier control humano posible, lo único sensato era iniciar una cacería permanente, pero debían descubrir el patrón que se seguía el asesino, hasta ahora incierto, pues sólo tenían los versos de Baudelaire como elemento acusador del furtivo homicida.

-¿Qué opinas? –dijo Verónica a su compañero.

-Bueno, que debí hacerle caso a mi mamá y estudiar administración para luego conseguirme un empleo de nueve a cinco como cualquier mortal –respondió con sorna.

-Hablemos en serio. ¿Qué piensas? ¿Tenemos un imitador? ¿Es un despiste del propio asesino? –continuó Verónica un poco más animada.

-Si andas con esas propuestas aleatorias, es porque tienes una teoría más o menos plausible según tu criterio, así que dímela –inquirió Raúl.

-Creo que es un despiste y el asesino volverá al patrón de la séptima avenida. Es una manera de decir “estoy aquí. Soy mejor y puedo cambiar mi conducta y no me logran atrapar”. –continuó Verónica.

-¿Notaste el olor a flores muertas en todas las escenas del crimen que hemos estado? –dijo Raúl.

-Sí, puede ser un paralelismo con Las Flores del Mal, o la belleza transitoria que es arruinada por un corazón perturbado –dijo Verónica.

-Estás tan loca como el asesino, deberías ir a una universidad a enseñar ese tipo de cosas. No obstante, yo percibí el mismo aroma en la oficina del jefe García el otro día, ¿lo captaste? –continuó Raúl.

-A decir verdad sí, ahora que lo mencionas lo recuerdo perfectamente. ¿Cuál es tu teoría, el asesino es de los nuestros o conoce a los nuestros? Sin embargo, ese día en la oficina del jefe estaban cinco personas, cada una de las cuales menos probable que la otra para ser el homicida, comenzando por el jefe –apuntó Verónica.

-No tengo ni idea del asunto, es sólo un intento de racionalizar a este asesino en serie, pero creo que sí es de los nuestros –puntualizó Raúl.

Transcurridas unas horas y con la noche haciendo su aparición, los detectives se acercaron hasta el laboratorio forense para examinar varios elementos recabados en la escena del crimen. Querían conocer si se sabía con exactitud cuál era el arma homicida de las últimas parejas y establecer los paralelismos entre los distintos homicidios para realizar el boceto psicológico del asesino.

-¿Tenemos rastros del arma homicida? –preguntó Raúl al criminalista que llevaba el caso.

-Sí, pero no le va a gustar lo que oirá. Esta vez no se trata de un arma filosa, sino bastante roma, digamos con un filo no profesional, pudiera ser un cuchillo doméstico y luego de causar la herida, penetró la misma con una especie de sonda o tubo para succionar –aclaró el sujeto.

-¿La víctima estaba consciente de ello? –señaló Verónica.

-La autopsia no arrojó rastro de sedantes de ningún tipo en alguno de los dos cadáveres, pero sí, ambos cuerpos presentaban la mismas heridas y las incisiones están hechas de derecha a izquierda, el asesino es zurdo –continuó el criminalista.

-Esta bien eso se mantiene, ¿pero se tarta de un hombre o de una mujer? Me refiero al asesino ¿han podido determinar algo en ese aspecto? –preguntó Raúl.

-Como sabrán descubrimos unas huellas de sangre hecha con un zapato deportivo masculino y que no corresponde con la víctima, lo cual apuntaría al victimario. Esta situación nos obligó a revisar todas las grabaciones que poseemos y la documentación fotográfica, más unas recientes pesquisas en las escenas del crimen anteriores y encontramos huellas de mujer en algunas escenas y en otras de hombre, hecho que nos deja más dudas que soluciones –dijo el hombre.

-¿Homicidas dobles? –preguntó Verónica.

-No hay hombre o mujer, aunque sea un clon natural, como los mellizos, que replica un patrón de conducta igual, psicológicamente eso es imposible. La neuropsiquiatría señala que la formación de los patrones de conducta son tan disímiles que la probabilidad para que dos personas piensen y actúen del mismo modo sería uno entre mil millones, es decir en este momento tendríamos unas siete personas en todo el planeta las cuales tendría una patrón de conducta similar y si le restamos el margen de error, ese número llegaría a tres. Pero eso no es posible, es tan sólo una probabilidad numérica –dijo el criminalista.

-¿Eso lo dice porque la ejecución de los asesinatos lleva una marca particular que se repite de igual manera en todos los casos? –continuó Raúl.

-Exacto, y si fuera un imitador o copiador, nunca haría el patrón igual porque nadie reacciona del mismo modo ante eventos similares y menos en situaciones donde la adrenalina conduce las acciones, como el es el caso de un homicidio –respondió el criminalista con cierto hastío por la conversación.

-Bueno, entonces eso demuestra que el alma existe. Pero nuestra profesión nos obliga a ver los hechos y tenemos a un asesino zurdo, limpio, quien liquida a personas sin conexión entre sí, pero que pueden ser vinculadas con los versos de Baudelaire, extrae la sangre de los occisos y luego se marcha con mucho sigilo. ¿Ahora lo que no queda claro, es cómo el asesino puede maniatar a sus víctimas sin que éstas opongan resistencia alguna? Especialmente estas últimas que eran una pareja y pudo controlar a ambas –dijo Verónica.

-Conoce a sus víctimas –señaló el criminalista.

-No eso no, debe conocerlas pero las personas a quienes asesina no le conocen, debe tener acceso a una base de datos o algo que pueda dar con la víctima sin que esta sospeche o se ponga en alerta, eso ya lo hemos investigado. El asesino conoce a sus víctimas pero éstas no le conocen –acusó Verónica a modo de conclusión.

-¿Un policía? –preguntó Raúl.

-No lo sé, pero no es descabellado –argumentó Verónica, para luego marcharse del lugar con muchos apuntes pero sin alguna respuesta concreta acerca del asesino de Baudelaire.

Dos semanas después de aquellos sucesos, cuando faltaban unos minutos para de las cuatro de la madrugada se escuchó un fuerte grito, seguido de un sollozo ahogado. El estridente ruido provenía de un par de calles antes de llegar a la funeraria. Tras llegar en la patrulla ambos corrieron a un condominio que estaba en diagonal a la calzada principal y donde se habían reunido un grupo de personas muy numeroso. En medio de la muchedumbre se abrieron paso y ambos detectives solicitaron apoyo a la estación más cercana. Raúl hizo un intento de llamar a una ambulancia pero advirtió que era muy tarde, pues cuando acudieron al sitio encontraron una mujer de unos treinta y seis años, acostada en un féretro dorado con las manos entrecruzadas en su pecho y trajeada con un vestido de novia. En la pared principal, se hallaban unos versos de Baudelaire, quizás del mismo soneto inicial o de la pareja anterior y presumiblemente escrito con la sangre de la víctima.

-“Cuando la losa oprima tu pecho estremecido / Y esos flancos pulidos por tu encanto indolente” –dijo Verónica leyendo lo que estaba escrito en la pared.

-El homicida, adora a los poetas malditos franceses. ¿Por qué siempre nos tocan estos casos de mentes retorcidas? –aseguró Raúl luego de un par de improperios.

-¿Qué homicida no tiene la mente retorcida? Eso es lo que somos detectives de homicidios, nunca nos vamos a encontrar otra cosa en el camino. No obstante, no estoy segura que sea un homicida –afirmó la detective luego de revisar el pecho de la víctima.

-Explícate, estás hablando en esperanto –acusó su compañero.

-No lo sé hay una delicadeza en el acto mismo del homicidio. No es un acto de irreverencia hacia la belleza, sino, como una reafirmación del contenido de la belleza en sí misma en cualquier acto o evento –continuó Verónica, tras revisar las uñas del cadáver para ver si había rastro de piel o violencia.

-Si lo que acabas de decir es tu mejor esfuerzo para explicarte, has fracasado miserablemente, porque no entiendo lo que dices –respondió Raúl.

-El concepto de belleza de Baudelaire, así como los otros de su generación artística, consistía en que la belleza no iba asociada únicamente a la mesura, el equilibrio, las simetrías, sino que la estética se hallaba presente en todas las cosas, eso incluye la muerte, la sangre, lo podrido. Si estoy en lo correcto, este homicida nos está reafirmando que en sus actos hay belleza, en pocas palabras está justificando sus hechos barbáricos. Además hay un mensaje silente adicional y por ellos las pistas de los versos, nos dice: “soy superior a ustedes, no investiguen más” –afirmó Verónica.

-¿Además de satisfacer sus necesidades animales? –preguntó Raúl.

-Exacto, en lo horrendo también hay belleza, sólo que esta persona se fue de lo estético a lo brutal y soltó los demonios que lleva por dentro –puntualizó la detective.

-Si ya terminaron su momento de reflexión filosófica, entonces le digo que el alcalde me está presionando. No quiero más muerte en mi ciudad, ¿estamos claros? –afirmó el jefe, quien había llegado a la escena del crimen en busca de información del suceso.

Tras pronunciar estas palabras el jefe, se escuchó un fuerte golpe en la calle como si estallaran mil ventanas. Ambos detectives corrieron hasta la calzada y advirtieron el celaje de una sombra a su diestra y emprendieron la persecución. El detective Raúl dio la voz de alto pero el sospechoso no se detuvo y acto seguido hizo dos disparos contra la humanidad del investigador, acertando uno en el hombro derecho y cayendo sobre el asfalto de inmediato. Verónica acudió a socorrer a su compañero, verificó la herida y notó que la bala entró y salió, además supuso que era una pistola de gran calibre por las condiciones de la penetración quizás una cuarenta y cinco o una cincuenta, lo cual le daba más certeza de las habilidades del perseguido. La detective llamó solicitó ayuda por radio y continuó con la persecución. Un fuerte olor a flores muertas invadió todo el lugar, la detective lo sintió y supo estaba cerca del homicida en serie que tanto estaban buscando.

Al llegar a la esquina, la detective percibió un movimiento en unos arbustos. Dio la voz de alto e inmediatamente la sombra salió de su escondite y se echó a correr, Verónica dejó escapar un disparo apuntando a los pies del sospechoso, no acertó. La sombra continuó su desbocada carrera, muy ágil, casi con movimientos gráciles, lo cual hablaba de su condición física. Se detuvo, giró y disparó tres veces contra la detective quien se ocultó detrás de unas pérgolas evadiendo todas las balas pero recibiendo mucha tierra de las macetas donde éstas se alojaron. Verónica respondió con dos tiros, uno dio contra una columna y el otro dio justo en la pantorrilla del perseguido, quien se apoyó sobre rodilla derecha tras el impacto pero luego se incorporó y saltó la verja de una gran casa que estaba cerca. La investigadora llegó hasta la entrada de la gran casa y advirtiendo que era la residencia de Sofía Montelupo, solicitó refuerzos por radio y subió la reja rápidamente. Todo estaba en penumbras, la única luz provenía del cobertizo de la mansión y era un foco amarillento; Verónica se sobrepuso y continuó su avanzada hasta la vieja casona, mientras lo hacía escucho varios sonidos a su alrededor incluyendo el de un grillo, no se detuvo, cuando se hallaba a unos veinte metros del cobertizo, pasó una bala sibilante por su oído derecho y se echó a la tierra. Acto seguido, se escucharon siete disparos más, a los cuales ella respondió a discreción. Hubo un silencio, recargó su arma y buscó apuntar a la ventana desde donde le estaban disparando, cuando logró ver la ventana, se reanudaron los tiros hasta oírse el “trac” que indicaba el arma vacía. La detective soltó dos disparos hacia la ventana y corrió hasta la puerta de la casa. Disparó contra la cerradura y entró al vestíbulo, no había personas en su interior. Encendió las luces y una brisa fría llegó hasta su rostro, preguntó en voz alta si había alguien en aquel lugar y no recibió respuesta. Llamó por radio para saber la ubicación de los refuerzos, los cuales ya estaban en la puerta de la casa. Subió las escaleras y se dirigió a la habitación principal pues las luces estaban encendidas allí.

Cuando la detective se acercaba a la alcoba, percibió un fuerte olor a hierro y tierra húmeda, elementos que le hicieron apurar el paso. Se detuvo en la puerta y entró apuntando su pistola, no había nada en la habitación, escuchó un goteo y se dirigió al cuarto de baño que estaba dentro de la recámara, tras abrir la puerta encontró al cadáver de Sofía Montelupo dentro de una tina llena de sangre. Sus brazos estaban abiertos y sus piernas sumergidas, de su boca salía un hilillo de sangre y sus ojos abiertos hacia el vacío. Sobre su cabeza se hallaba escrito: “¿De qué os sirve, cortesana imperfecta, / no haber reconocido lo que los muertos lloran?”. Al terminar de leer los versos de Baudelaire, entraron varios oficiales a la escena del crimen, junto con el sangrante Raúl quien no quiso irse con el hospital.

-¿Qué tenemos aquí, detective? –preguntó el jefe.

-No lo sé yo venía persiguiendo a un sospechoso, quien entró a esta casa y luego me consigo con el cadáver de Sofía Montelupo –respondió Verónica, sin pensar mucho.

-¿El asesino mató a Sofía Montelupo? –continuó el jefe.

-Jefe mejor es que vea esto –dijo un criminalista que estaba en la escena –La mujer puede tener una media hora o cuarenta y cinco minutos de muerta. La sangre de la tina no es del cuerpo, por su textura debe tener dos o tres días de haber sido extraída.

-¿Es la asesina o una víctima? –preguntó el jefe.

-Si es la asesina, debe tener una herida en la pantorrilla, yo misma le disparé –intervino la detective Verónica, como si volviera en sí de un letargo.

-Sí la tiene, aquí está –dijo el criminalista mientras mostraba la pierna de la occisa.

-No se diga más le notificaré al alcalde, tenemos un caso cerrado –dijo el jefe para luego marcharse. A continuación, los detectives fueron llamados por uno de los criminalistas que estaban en el sótano de vetusta casa. Tenía más evidencia del caso, las cuales apuntaban a la culpabilidad de la occisa.

-Es una cincuenta y todavía está tibia –dijo el criminólogo mientras embolsaba el arma.

-Raúl entonces es ella, coincide con tu herida –dijo Verónica.

-¿Hay huellas? –dijo Raúl

-No señor, el arma está limpia pero está recién disparada. También encontramos un ejemplar de Las Flores del Mal, con varios versos subrayados, varios bidones de sangre refrigerada y una colección de Katanas originales, así como unos escritos sobre la bellaza humana y su preservación. Además hay varios ramos de flores en descomposición en el fondo de la habitación y esencias de las mismas, las cuales tienen ciertos efectos somnolientos. Todo parece incriminar a la occisa, detectives –continuó el criminalista.

-Isabel Báthory-Nádasdy de Ecsed o mejor conocida como la Condesa Sangrienta, se daba baños regulares con la sangre de vírgenes para conservar su belleza pura. Eso encaja con los versos y todo lo demás. Tenemos un caso cerrado entonces –dijo la detective con un tono risueño y de triunfo.

-Bueno detectives, pudiéramos encajar este hecho dentro de la patología de un caso típico de licantropía clínica. No obstante, hay dos cosas que me siguen incomodando: la primera, todas las incisiones de las víctimas del asesino de Baudelaire, están hechas de derecha a izquierda, el asesino debió ser zurdo, la señora Montelupo era diestra. La otra, si la detective Verónica estaba persiguiendo al asesino, ¿cómo carajo encontramos un cuerpo cuya vida le abandonó hace cuarenta y cinco minutos? No hay tiempo suficiente entre los disparos de la ventana y la llegada de la detective Verónica a la alcoba. ¿Asesinos gemelos? ¿Sofía tenía una melliza? –dijo el criminalista y luego se marcharon.

 

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