EL ASESINO DE BAUDELAIRE
Por JR Cordero
A la séptima avenida con calle veintitrés acudieron los detectives Raúl
y Verónica, una vez fueron llamados por los forenses. Cuando entraron a la casa
del occiso, se encontraron con una escena dantesca. La víctima se hallaba tendida
en el cuarto de baño con el cuello abierto de derecha a izquierda por una
profusa herida, quizás hecha por un objeto muy filoso, un bisturí u otro
artefacto de corte potente y profundo. Los detectives se vieron mutuamente a la
cara y sabían perfectamente que se trataba del asesino en serie sobre cuya
pista estaban desde hacía unos seis meses atrás. Se trasladaron hasta un
pequeño boquete en la pared contigua al salón del baño y advirtieron que el
mismo, se usó como vehículo de penetración a la residencia del boticario
Fernando, la víctima. Más allá, ya en el vestíbulo propiamente dicho, se
encontraron con la frase “De que os sirve cortesana imperfecta / no haber
reconocido lo que los muertos lloran”. Eran dos versos de Baudelaire, el cual
dejaba el asesino sin importar si el muerto era hombre o mujer. En este caso
era lo único constante en la serie de asesinatos. Todo lo demás era
completamente aleatorio, además nunca hallaron rastro alguno antes, sin
cabellos, huellas dactilares, resto de piel, pisadas, era a un
asesino quirúrgico. Su pulcritud sólo era comparable a lo sistemático de la
ejecución de sus delitos. No obstante, los detectives se percataron que cerca
de la víctima había una navaja de afeitar con un par de huellas dactilares y
una jaula de unos ocho metros cúbicos donde cabría un animal mediano,
probablemente un ave tropical. El boticario poseía muchas mascotas en su
residencia pues vivía solo en la misma. Únicamente se rodeaba de estas
criaturas y los químicos propios de su profesión, todo esto le daba un aura de
misterio a la vida de aquel hombre, quien no merecía morir en las condiciones
halladas. En el baño no había rastro de sangre del boticario ni del asesino, es
como si le hubieran extraído el líquido vital al pobre Fernando. Pero esto tampoco
era una sorpresa para los detectives y el equipo forense, el hombre a quien
buscaban también tenía esta particularidad. Estaban delante del asesino de
Baudelaire, quien ejecutaba su macabro oficio de noche y en plena lluvia, mientras succionaba la sangre de sus
víctimas sin ningún tipo de reparo. Todos en la ciudad sabían de su existencia
pero desconocían su identidad, era un ladrón de vidas en plena penumbra.
-¿Alguna novedad oficial?... Algo en particular que nos permita avanzar
en este tema y dar con el asesino –preguntó la detective Verónica, siempre
directa al punto.
-No, sólo un par de juegos de huellas dactilares en la navaja de afeitar
de la víctima. Sin embargo, a juzgar por su posición un juego pertenece al
occiso y el otro no parece humano. ¿Curioso no? El cuerpo tampoco tiene señales
de violencia, igual que los anteriores –señaló el forense mientras tomaba
fotografías de cadáver.
-¿Algo nuevo, acerca del mensaje en la pared? –continuó la detective.
-Realmente sí, hay algo nuevo es ese asunto. Esta vez el mensaje no fue
escrito con jarabe de maíz, sino, con lápiz labial –aseguró el forense luego de
levantar el cuerpo.
-¿Lápiz labial? ¿Alguna marca en particular? No sé, esto nunca había
ocurrido antes es muy extraño, siempre dejaba el mensaje con jarabe de maíz
–acusó la investigadora.
-Posiblemente el asesino no tenía más jarabe de maíz y usó el lápiz
labial para despistar a los investigadores. Yo digo que es una acción
preparada, pues a juzgar por su grafología el asesino no estaba nervioso cuando
escribió el mensaje –señaló el forense.
-¿Tú qué opinas? ¿Hay algún un sentido en todo este asunto? –preguntó
Verónica a su compañero cuando este leía una y otra vez el mensaje en la pared.
-Lo que siempre hemos dicho, es un asesino culto, por el uso de unos
versos de Baudelaire. También es frío y calculador, posiblemente conozca a sus
víctimas, es pequeño y es zurdo o en el peor de los casos ambidextro. Y se me
olvidaba, tiene una profunda atracción por la sangre humana, del resto no sé
–señaló el detective Raúl.
-Es muy extraño todo este asunto. ¿Por qué crees que cambiaría el jarabe
de maíz por lápiz labial? ¿Y el boquete en la pared? Eso no tiene sentido… No
lo sé Raúl, creo que tenemos un copiador, un imitador o nuestro asesino está
cambiando su modo de actuar, no lo sé –cuando la detective dijo esto sonó el
teléfono móvil del detective Raúl, era el jefe de la división de homicidios,
Daniel García, quien estaba presionando por la captura del homicida pues el
alcalde de la ciudad se hallaba desesperado por este homicida cuya acciones le
daba mala reputación a la ciudad de San Pedro.
Ya en la comisaría principal de la ciudad, los detectives fueron
llamados a la oficina del jefe de la división de homicidios. El jefe
García, estaba tan ofuscado con la situación que tenía a todo su cuerpo
detectivesco en vilo. Las autoridades civiles buscaban la calma entre la
ciudadanía, mientras la prensa hacía lo propio con la situación. Toda la ciudad
de San Pedro se encontraba en tensión, el asesino de Baudelaire había cobrado
una víctima en tres meses, sin que la policía pudiera dar siquiera con su
paradero. No había sospechoso pero sí muchos occisos. Algo perverso dominaba el
corazón del homicida en serie, pues los asesinatos comenzaron justo con las
lluvias, cuando el ánimo de los corazones más perversos prevalece a la
brillante razón en el espíritu humano.
-Hace cinco minutos hablé con el Alcalde. Su ánimo no era muy bueno y de
parte de ustedes, sólo escucho modismos que le gusta a la prensa, pero que no
me resuelven nada. ¿Alguno de ustedes dos me puede responder por la situación o
quizás responderme de manera técnica?... ¡Qué carajo está ocurriendo aquí!
–dijo el jefe García fuera de sí.
-En la nueva víctima sólo hallamos una diferencia con respecto a las
otras cuatro. El asesino usó lápiz labial en lugar del jarabe de maíz, para
escribir los versos de Charles Baudelaire –decía la detective Verónica justo
cuando fue interrumpida por un golpe sobre el escritorio por parte del jefe de
detective, en una acción visible de encono.
-¡No quiero saber más de jarabes de palo ni de poetas malditos! Quiero
soluciones señores, hasta ahora escucho teoría absurdas sobre el asesino y no
veo investigación formal alguna. ¿Están en capacidad de llevar adelante esta
investigación o los relevos del caso? ¡Lárguense de mi oficina y trabajen!
–señaló el jefe sin ánimos mediar. Por su parte los detectives se marcharon,
pero cuando estaban por abandonar la comisaría decidieron pasar por la morgue
para hablar con el forense acerca de la autopsia de la última víctima.
-¿Alguna novedad doctor? ¿Qué me puede decir de las huellas digitales
encontradas en la navaja de afeitar? –señaló el detective Raúl cuando estaba en
el interior de la morgue y frente al cadáver del boticario. Su compañera advirtió
la placidez del occiso.
-Con honestidad, no. Las huellas dactilares halladas en la navaja
pertenecen por una parte a la víctima y por otra a un primate superior, quizás
un chimpancé común o un bonobo, no lo he determinado aún. En cuanto a la navaja
es totalmente descartable como arma homicida, la herida del cuello es limpia y
continua, una afeitadora común como esta no haría un corte de precisión como este
–dijo doctor apuntando la cortada con su índice – Además, el mismo está hecho
de derecha a izquierda y la víctima era un hombre diestro, descarte el
suicidio. En lo demás no hay diferencia alguna.
-¿Un corte de precisión, quizás un bisturí? –preguntó la detective
Verónica.
-Puede ser, aunque una katana haría el mismo trabajo. Detectives, ¿han
pensado en un caso de licantropía clínica en esta situación? –señaló el
forense.
-¿Licantropía clínica? Explíquese mejor doctor, no entiendo –aseguró el
detective Raúl.
-Escuchen bien, el asesino no tiene patrón alguno. Las víctimas, hasta
este momento, son escogidas al azar. No hay conexión entre ellas ni tampoco en
función a su victimario. Eso demuestra un comportamiento errático, irracional.
Si a ello le sumamos la succión de la sangre de manera limpia, tenemos allí un
comportamiento animal cuya intensidad disminuye cuando el asesino termina su
macabro trabajo y luego escribe los versos de Baudelaire para demostrar su
intelecto superior. No estoy hablando de hombres lobos, verán, en el Egipto
antiguo se creía en mucho en la teriantropía, que era la habilidad que tenían
ciertas personas para transformarse en animales y bestias en hombres. En
lenguaje clínico, esto ocurre en los pacientes que padecen de esta patología
pero a nivel mental y se asume como una bestia, en el caso de la licantropía se
cree un lobo y actúa como tal, cometiendo aberraciones como estas y en casos
menos severos sólo hay un cambio de conducta hacia lo irracional –señaló el
forense cuando estaba pesando el corazón del boticario, sin inmutarse por su lóbrega
teoría. Los detectives no mencionaron palabra alguna, se vieron mutuamente y
abandonaron la morgue rumbo a la calle, quizás con más dudas que resultados concretos. (Profanación Iglesia de San
Pedro)
Ambos detectives se pasearon por las escenas del crimen tratando de
buscar conexiones entras las distintas víctimas. No hallaron ninguna, salvo un
pequeño detalle en cuanto a que las mismas estaban ligadas al poema de
Baudelaire, “Póstumo Remordimiento”.
El victimario había asesinado sistemáticamente a cada una de ellas según el
soneto del poeta francés. No obstante, los investigadores no aceptaban del todo
esta teoría pues estaban más acostumbrados a criminales un poco más comunes y
la división de homicidios de la policía de la ciudad de San Pedro no tenía
experiencia al respecto. Lo único cierto era que el asesino era una persona
inteligente y sentía un especial interés por la sangre y por la ejecución
minuciosa de su macabro oficio. Sombrío es el corazón cuyos sentimientos se
hallan delante de la razón que los equilibra.
(Asesinato según el poema “El Cadáver de tu Vampiro).
Semanas después de estos sucesos los detectives Raúl y Verónica fueron
llamados a la séptima avenida con calle veintisiete. El asesino había actuado
nuevamente, esta vez a un par de calles más allá que en la última ocasión.
Cuando los detectives entraron al vestíbulo de la residencia, se encontraron
con el cadáver de una mujer de unos cuarenta y tres años, muy hermosa y en una
posición decorosa, casi como si estuviera en bello reposo. Sus manos al centro
de su pecho empuñaban una rosa azul. Su rostro perfectamente maquillado y su
faz de complacencia ocultaban la cicatriz, dejada en su cuello por el arma
homicida. El cadáver estaba perfectamente vestido con una bata de dormir blanca
y el resto del lecho era todo ornamentado como una especie de cajón. Toda esta armonía era abruptamente interrumpida
por los versos del
poema de Baudelaire, el cual se
hallaba sobre la cabecera de la cama donde estaba el cuerpo de aquella hermosa
mujer, quien
estaba mostrando los efectos de su palidez mortuoria.
-¿Qué tenemos aquí? –preguntó el detective Raúl cuando se acercó al
forense.
-Mujer de cuarenta y tres años, publicista, fue modelo cuando joven,
independiente con su propia empresa sin descendientes, pero con padre vivos y
de nombre Esther Villafranca. Hora de muerte aproximadamente hace siete horas,
es decir a las trescientas. Herida en el
cuello de derecha a izquierda y cadáver sin sangre alguna –señaló el forense
sin levantar la mirada del cadáver. Estaba tomando fotos detalladas.
-¿Algo particular? –señaló la detective Verónica viendo el escrito en la
pared.
-Sí, además de la rosa azul, que parece formar parte de un fetiche, hay
tres gotas de sangre dispuestas en forma de triángulo equilátero –aseguró el
forense.
-¿Triángulo? ¿No puede ser una tremenda casualidad? Quizás se le cayó
cuando el asesino realizaba su perturbador oficio –señaló el detective Raúl
cuando veía la sangre.
-No, es un mensaje claro y preciso. Las tres gotas
describen una perfecta circunferencia, la cual implica la colocación de las
mismas con un gotero u otro instrumento. Es totalmente intencional, de eso no
hay dudas –inquirió el forense con mucha seguridad.
-¿Alguna filiación? –preguntó la detective Verónica mientras revisaba la
rosa azul.
-Ninguna conocida, sólo una labrador de nombre “chupeta” cuya situación
actual la desconocemos y pareciera que tiene bastante tiempo ausente de esta
casa pues no hay rastro visibles de la mascota –afirmó el forense cuando
señalaba el plato de la perra.
-Llevamos dos muertes en la séptima avenida. ¿Verónica crees que hay un
patrón en todo esto? ¿Un mensaje? –preguntó el detective a su compañera
mientras tomaba muestras de los versos escritos en la pared. Su compañera hizo
un alto tras la pregunta.
-Creo que sí, pero no estoy segura. El soneto de Baudelaire inicia:
“Cuando por fin reposes mi bella tenebrosa”. Parece una descripción del cadáver
de esta publicista y una burla constante a la belleza pasajera. No obstante,
hay algo que no cuadra en todas estas señales y no logro dar cuenta de ello.
¿Qué piensas? –dijo la detective muy dubitativa.
-No lo sé. Si tu teoría es la correcta, entonces el asesino tiene que
volver a atacar en esta avenida y seguir la secuencia de poema. ¿Tú vives en la
séptima? –señaló el detective.
-Sí, con calle treinta y cinco, muy cerca de la funeraria. Sin embargo,
pienso que debemos enfocarnos en el mensaje descrito por el asesino, debemos
esperar por la autopsia y hacer el levantamiento de la escena del crimen, para
confirmar si la sangre es fortuita o es intencional –aseguró la investigadora.
-No lo sé Verónica, llevamos seis víctimas y dos en la séptima avenida.
Comenzaré a creer en lo de la licantropía pues entre los occisos hay rasgos
comunes, no a simple vista. Quizás debamos ver más allá –dijo Raúl cuando se
marchaban.
Cuando llegaron a la séptima sin salir del perímetro de seguridad de la
escena del crimen, los detectives advirtieron que el cielo estaba descargando
toda su furia en forma de tormenta eléctrica. A intervalos irregulares las
calles transversales se iluminaban con los rayos. En unos de esos destellos,
los detectives advirtieron la presencia de una figura trajeada de negro dentro
de los límites de seguridad, tras lo cual dieron la voz de alto a la misma y
esta comenzó a correr. El detective Raúl volvió a dar la voz de alto e inició la persecución de esa
persona con el arma desenfundada. Cuando llegó a la calle treinta y cinco, en
medio de la lluvia, el detective recibió varios disparos cerca de sus pies y
calló al piso, volvió en sí y se levantó y realizó tres disparos al vacío pues
no estaba seguro donde estaba su oponente. Pasados unos segundos, recibió otros
disparos que dieron contra el estuco de un vivero de la séptima avenida, el
detective pidió refuerzos por radio y varias patrullas acudieron al lugar. Se
escucharon tres disparos nuevamente y el detective respondió con su arma y la
descargó, nuevamente, hacia el vacío. Pasaron unos tres minutos y los oficiales
cerraron todas las calles alrededor de la séptima, y no lograron dar con nadie
sospechoso. Al final se escuchó una risita cómplice que venía desde la
profundidad de la noche, mientras la lluvia era su trasfondo.
Al cesar la persecución, el móvil del detective Raúl sonó, era el jefe
García solicitando explicación por los disparos en el centro de la ciudad. El
detective no supo qué decir y junto a su compañera se trasladaron a la
comisaría, querían el informe del forense lo más rápido posible, entre sus
manos tenían la sexta víctima del asesino de Baudelaire y no podían dar explicación
alguna sobre el paradero del mismo pues el criminal ejecutaba su macabro oficio
sin seguir pautas establecidas. En la comisaría, justo al pasar por el frente
de la oficina del jefe de detectives, advirtieron que éste se hallaba
conversando con Sofía Montelupo, una filántropo que, a través de su fundación,
subvencionaba la policía local para su modernización y mejoramiento técnico;
era algo extraña amable e iracunda al mismo tiempo, no tenía compañía conocida
y siempre un hálito de misterio le rodeaba inexplicablemente, era un ser no
convencional. También le acompañaban tres personas más de la comunidad,
incluyendo un policía retirado, Jorge Perdomo, quien fue director del
departamento y ahora tenía ciertas aspiraciones políticas y se encargaba de asesorar
a la oficina del alcalde.
Tras un par de horas de espera y ya con la madrugada muerta, los
detectives recibieron el primer informe de la autopsia preliminar de la
publicista. No había nada nuevo, la ejecución de la víctima era limpia. Sin
huellas dactilares, errores groseros o imperceptibles, sin una hebra de cabello
ni rastros de ADN del asesino, y la causa de muerte, la misma que antes,
pérdida masiva de sangre, posiblemente extraída por el asesino. Los
investigadores estaban decepcionados y sus problemas no terminaban allí, el
jefe García se acercó a ellos y les dio setenta y dos horas para arrojar una
pista acerca del caso o de lo contrario serían removidos del mismo. Ambos
detectives, se marcharon de la comisaría y cuando estaban en el automóvil, comenzaron
a pasearse por la alocada teoría de la necrofagia mezclada con el poema de
Baudelaire. Decidieron seguir el patrón que describía el soneto, asociado con
la noche en tinieblas, algo propio de la licantropía clínica y así determinaron
que la próxima víctima debería estar cerca de la funeraria de la séptima
avenida. Ese sería el punto donde el ominoso asesino atacaría una vez más, si
su teoría era la correcta.
Tres semanas después y una hora luego de haberse iniciado una de las
peores tormentas eléctricas de San Pedro, en la novena avenida se escucharon
varios gritos y dos golpes fuertes y secos. Todo el barrio se levantó y los
vecinos acudieron al lugar desde donde se originaron los extraños ruidos. Para
asombro de todos, encontraron la puerta principal de una residencia abierta, en
su interior una joven pareja muerta con rastros de violencia, previa a sus
muertes. Las personas entraron en pánico y acto seguido llamaron a la policía,
cuyos oficiales acudieron al lugar unos veinte minutos luego de la llamada.
En el interior de la residencia, el oficial a cargo de la comisión
policial, advirtió que el doble homicidio no coincidía con los del asesino de
Baudelaire, pues el patrón de pulcritud y omisión de pistas se habían
desechado, sólo había un vínculo, los versos de Las Flores del Mal, el asesino los dejó arriba de ambos cadáveres,
esta vez escrito con la misma sangre de los occisos. Por la mente del policía
pasó un ligero pensamiento: “tenemos un imitador o hay un cambio en el patrón
de conducta del homicida”. Luego de esta breve reflexión llamó a los
criminalistas y a los detectives Verónica y Raúl para que se presentaran en la
escena, pues asumía los vínculos de un asesino en serie, no obstante había un
cambio en la manera de ejecutar los asesinatos, en eso no había duda alguna.
Una hora después de la llamada del oficial de policía arribaron a la
escena del crimen los detectives, fueron recibido por una mirada no muy
satisfactoria de su jefe y el mismo alcalde estaba presente en el lugar, todos
los vecinos había entrado en pánico. El jefe García dijo en voz alta a los
detectives: “quiero respuestas” y luego se marchó junto con el alcalde.
-¿Qué tenemos? –preguntó Verónica al criminalista, quien se hallaba
levantando la escena del crimen.
-Hay cambios en el patrón de conducta del homicida, si es el mismo que
ha venido actuando –respondió el hombre.
-¿Explíquese? –dijo Verónica con bastante desasosiego.
-Estos asesinatos no fueron ejecutados de manera rítmica y coreográfica
como los anteriores. No tenemos restos de ADN o huellas digitales, pero si
tenemos unas pisadas de zapatos deportivos talla cuarenta y cinco. Las pisadas
se dejaron luego del asesinato porque son de sangre –continuó el criminalista.
-¿Intencionales? –preguntó Raúl.
-Es lo más probable por la secuencia de las mismas. Por otra parte, hay
restos de sangre de las víctimas por todo el lugar, hubo violencia, pero
posterior a una discrepancia, me atrevo a asegurar que las víctimas conocían al
homicida. Porque en la casa no hay cerraduras forjadas y ni rastro de daños al
inmueble y los enseres, en cambio las víctimas, sí las tienen –apuntó el hombre
mientras continuaba recogiendo muestras en la escena.
-¿Podemos asumir que el asesino es un hombre? –preguntó Verónica.
-Sí, las huellas de sangre dejadas por un calzado deportivo, coinciden
con una talla masculina, aunque el movimiento dejado en los pasos denota que el
homicida tiene un defecto al caminar o simulaba los pasos ejecutados, pues la
huella no se deja de forma uniforme como correspondería a una caminata normal
–respondió el criminalista.
-¿Qué me dice si la huella es de la víctima? –preguntó Raúl.
-Imposible, el hombre que hallamos muerto en el lugar usa cuarenta y
tres de talla. Además, el occiso mide un metro con ochenta y ocho centímetros y
su pareja muerta uno setenta, con sesenta y dos kilos, quien los asesinó tuvo
que ser un hombre para poder realizar su macabro oficio a ambos –respondió el
investigador.
-Puede ser un conocido también. ¿Qué me dices de los versos son de
Baudelaire? –continuó Verónica.
-Sí, sobre el hombre encontramos este: “¡Imbécil! –de su dominio, / Si
te soltaran nuestros esfuerzos, / Tus besos resucitarían/ Al cadáver de tu
vampiro”. Sobre la mujer hallamos el siguiente: “Sí, tú serás así, oh reina de
las gracias, / Tras el último viático, / Cuando bajo la hierba y vegetación, /
Enraícen tus huesos”. El primero corresponde con El Vampiro y el segundo con Carroña,
ambos del poeta francés, es lo único que coincide, además de ser zurdo, con el
patrón de asesinatos que hemos venidos investigando, aunque es la primera vez
que usa estos poemas –dijo el hombre.
Los detectives salieron de la escena del crimen, mientras se veían
mutuamente como un indicio que el asunto ya estaba fuera de cualquier control
humano posible, lo único sensato era iniciar una cacería permanente, pero
debían descubrir el patrón que se seguía el asesino, hasta ahora incierto, pues
sólo tenían los versos de Baudelaire como elemento acusador del furtivo
homicida.
-¿Qué opinas? –dijo Verónica a su compañero.
-Bueno, que debí hacerle caso a mi mamá y estudiar administración para
luego conseguirme un empleo de nueve a cinco como cualquier mortal –respondió
con sorna.
-Hablemos en serio. ¿Qué piensas? ¿Tenemos un imitador? ¿Es un despiste
del propio asesino? –continuó Verónica un poco más animada.
-Si andas con esas propuestas aleatorias, es porque tienes una teoría
más o menos plausible según tu criterio, así que dímela –inquirió Raúl.
-Creo que es un despiste y el asesino volverá al patrón de la séptima
avenida. Es una manera de decir “estoy aquí. Soy mejor y puedo cambiar mi
conducta y no me logran atrapar”. –continuó Verónica.
-¿Notaste el olor a flores muertas en todas las escenas del crimen que
hemos estado? –dijo Raúl.
-Sí, puede ser un paralelismo con Las
Flores del Mal, o la belleza transitoria que es arruinada por un corazón
perturbado –dijo Verónica.
-Estás tan loca como el asesino, deberías ir a una universidad a enseñar
ese tipo de cosas. No obstante, yo percibí el mismo aroma en la oficina del jefe
García el otro día, ¿lo captaste? –continuó Raúl.
-A decir verdad sí, ahora que lo mencionas lo recuerdo perfectamente.
¿Cuál es tu teoría, el asesino es de los nuestros o conoce a los nuestros? Sin
embargo, ese día en la oficina del jefe estaban cinco personas, cada una de las
cuales menos probable que la otra para ser el homicida, comenzando por el jefe
–apuntó Verónica.
-No tengo ni idea del asunto, es sólo un intento de racionalizar a este
asesino en serie, pero creo que sí es de los nuestros –puntualizó Raúl.
Transcurridas unas horas y con la noche haciendo su aparición, los
detectives se acercaron hasta el laboratorio forense para examinar varios
elementos recabados en la escena del crimen. Querían conocer si se sabía con
exactitud cuál era el arma homicida de las últimas parejas y establecer los
paralelismos entre los distintos homicidios para realizar el boceto psicológico
del asesino.
-¿Tenemos rastros del arma homicida? –preguntó Raúl al criminalista que
llevaba el caso.
-Sí, pero no le va a gustar lo que oirá. Esta vez no se trata de un arma
filosa, sino bastante roma, digamos con un filo no profesional, pudiera ser un
cuchillo doméstico y luego de causar la herida, penetró la misma con una
especie de sonda o tubo para succionar –aclaró el sujeto.
-¿La víctima estaba consciente de ello? –señaló Verónica.
-La autopsia no arrojó rastro de sedantes de ningún tipo en alguno de
los dos cadáveres, pero sí, ambos cuerpos presentaban la mismas heridas y las
incisiones están hechas de derecha a izquierda, el asesino es zurdo –continuó
el criminalista.
-Esta bien eso se mantiene, ¿pero se tarta de un hombre o de una mujer?
Me refiero al asesino ¿han podido determinar algo en ese aspecto? –preguntó
Raúl.
-Como sabrán descubrimos unas huellas de sangre hecha con un zapato
deportivo masculino y que no corresponde con la víctima, lo cual apuntaría al
victimario. Esta situación nos obligó a revisar todas las grabaciones que
poseemos y la documentación fotográfica, más unas recientes pesquisas en las
escenas del crimen anteriores y encontramos huellas de mujer en algunas escenas
y en otras de hombre, hecho que nos deja más dudas que soluciones –dijo el
hombre.
-¿Homicidas dobles? –preguntó Verónica.
-No hay hombre o mujer, aunque sea un clon natural, como los mellizos,
que replica un patrón de conducta igual, psicológicamente eso es imposible. La
neuropsiquiatría señala que la formación de los patrones de conducta son tan
disímiles que la probabilidad para que dos personas piensen y actúen del mismo
modo sería uno entre mil millones, es decir en este momento tendríamos unas
siete personas en todo el planeta las cuales tendría una patrón de conducta
similar y si le restamos el margen de error, ese número llegaría a tres. Pero
eso no es posible, es tan sólo una probabilidad numérica –dijo el criminalista.
-¿Eso lo dice porque la ejecución de los asesinatos lleva una marca
particular que se repite de igual manera en todos los casos? –continuó Raúl.
-Exacto, y si fuera un imitador o copiador, nunca haría el patrón igual
porque nadie reacciona del mismo modo ante eventos similares y menos en
situaciones donde la adrenalina conduce las acciones, como el es el caso de un
homicidio –respondió el criminalista con cierto hastío por la conversación.
-Bueno, entonces eso demuestra que el alma existe. Pero nuestra
profesión nos obliga a ver los hechos y tenemos a un asesino zurdo, limpio,
quien liquida a personas sin conexión entre sí, pero que pueden ser vinculadas
con los versos de Baudelaire, extrae la sangre de los occisos y luego se marcha
con mucho sigilo. ¿Ahora lo que no queda claro, es cómo el asesino puede
maniatar a sus víctimas sin que éstas opongan resistencia alguna? Especialmente
estas últimas que eran una pareja y pudo controlar a ambas –dijo Verónica.
-Conoce a sus víctimas –señaló el criminalista.
-No eso no, debe conocerlas pero las personas a quienes asesina no le
conocen, debe tener acceso a una base de datos o algo que pueda dar con la
víctima sin que esta sospeche o se ponga en alerta, eso ya lo hemos
investigado. El asesino conoce a sus víctimas pero éstas no le conocen –acusó
Verónica a modo de conclusión.
-¿Un policía? –preguntó Raúl.
-No lo sé, pero no es descabellado –argumentó Verónica, para luego
marcharse del lugar con muchos apuntes pero sin alguna respuesta concreta
acerca del asesino de Baudelaire.
Dos semanas después de aquellos sucesos, cuando faltaban unos minutos para
de las cuatro de la madrugada se escuchó un fuerte grito, seguido de un sollozo
ahogado. El estridente ruido provenía de un par de calles antes de llegar a la
funeraria. Tras llegar en la patrulla ambos corrieron a un condominio que
estaba en diagonal a la calzada principal y donde se habían reunido un grupo de
personas muy numeroso. En medio de la muchedumbre se abrieron paso y ambos detectives
solicitaron apoyo a la estación más cercana. Raúl hizo un intento de llamar a
una ambulancia pero advirtió que era muy tarde, pues cuando acudieron al sitio
encontraron una mujer de unos treinta y seis años, acostada en un féretro
dorado con las manos entrecruzadas en su pecho y trajeada con un vestido de
novia. En la pared principal, se hallaban unos versos de Baudelaire, quizás del
mismo soneto inicial o de la pareja anterior y presumiblemente escrito con la
sangre de la víctima.
-“Cuando la losa oprima tu pecho estremecido / Y esos flancos pulidos
por tu encanto indolente” –dijo Verónica leyendo lo que estaba escrito en la
pared.
-El homicida, adora a los poetas malditos franceses. ¿Por qué siempre
nos tocan estos casos de mentes retorcidas? –aseguró Raúl luego de un par de
improperios.
-¿Qué homicida no tiene la mente retorcida? Eso es lo que somos
detectives de homicidios, nunca nos vamos a encontrar otra cosa en el camino.
No obstante, no estoy segura que sea un homicida –afirmó la detective luego de
revisar el pecho de la víctima.
-Explícate, estás hablando en esperanto –acusó su compañero.
-No lo sé hay una delicadeza en el acto mismo del homicidio. No es un
acto de irreverencia hacia la belleza, sino, como una reafirmación del
contenido de la belleza en sí misma en cualquier acto o evento –continuó
Verónica, tras revisar las uñas del cadáver para ver si había rastro de piel o
violencia.
-Si lo que acabas de decir es tu mejor esfuerzo para explicarte, has
fracasado miserablemente, porque no entiendo lo que dices –respondió Raúl.
-El concepto de belleza de Baudelaire, así como los otros de su
generación artística, consistía en que la belleza no iba asociada únicamente a
la mesura, el equilibrio, las simetrías, sino que la estética se hallaba presente
en todas las cosas, eso incluye la muerte, la sangre, lo podrido. Si estoy en
lo correcto, este homicida nos está reafirmando que en sus actos hay belleza,
en pocas palabras está justificando sus hechos barbáricos. Además hay un
mensaje silente adicional y por ellos las pistas de los versos, nos dice: “soy
superior a ustedes, no investiguen más” –afirmó Verónica.
-¿Además de satisfacer sus necesidades animales? –preguntó Raúl.
-Exacto, en lo horrendo también hay belleza, sólo que esta persona se
fue de lo estético a lo brutal y soltó los demonios que lleva por dentro
–puntualizó la detective.
-Si ya terminaron su momento de reflexión filosófica, entonces le digo
que el alcalde me está presionando. No quiero más muerte en mi ciudad, ¿estamos
claros? –afirmó el jefe, quien había llegado a la escena del crimen en busca de
información del suceso.
Tras pronunciar estas palabras el jefe, se escuchó un fuerte golpe en la
calle como si estallaran mil ventanas. Ambos detectives corrieron hasta la
calzada y advirtieron el celaje de una sombra a su diestra y emprendieron la
persecución. El detective Raúl dio la voz de alto pero el sospechoso no se
detuvo y acto seguido hizo dos disparos contra la humanidad del investigador,
acertando uno en el hombro derecho y cayendo sobre el asfalto de inmediato.
Verónica acudió a socorrer a su compañero, verificó la herida y notó que la
bala entró y salió, además supuso que era una pistola de gran calibre por las
condiciones de la penetración quizás una cuarenta y cinco o una cincuenta, lo
cual le daba más certeza de las habilidades del perseguido. La detective llamó
solicitó ayuda por radio y continuó con la persecución. Un fuerte olor a flores
muertas invadió todo el lugar, la detective lo sintió y supo estaba cerca del
homicida en serie que tanto estaban buscando.
Al llegar a la esquina, la detective percibió un movimiento en unos
arbustos. Dio la voz de alto e inmediatamente la sombra salió de su escondite y
se echó a correr, Verónica dejó escapar un disparo apuntando a los pies del
sospechoso, no acertó. La sombra continuó su desbocada carrera, muy ágil, casi
con movimientos gráciles, lo cual hablaba de su condición física. Se detuvo,
giró y disparó tres veces contra la detective quien se ocultó detrás de unas
pérgolas evadiendo todas las balas pero recibiendo mucha tierra de las macetas
donde éstas se alojaron. Verónica respondió con dos tiros, uno dio contra una
columna y el otro dio justo en la pantorrilla del perseguido, quien se apoyó
sobre rodilla derecha tras el impacto pero luego se incorporó y saltó la verja
de una gran casa que estaba cerca. La investigadora llegó hasta la entrada de
la gran casa y advirtiendo que era la residencia de Sofía Montelupo, solicitó
refuerzos por radio y subió la reja rápidamente. Todo estaba en penumbras, la
única luz provenía del cobertizo de la mansión y era un foco amarillento;
Verónica se sobrepuso y continuó su avanzada hasta la vieja casona, mientras lo
hacía escucho varios sonidos a su alrededor incluyendo el de un grillo, no se
detuvo, cuando se hallaba a unos veinte metros del cobertizo, pasó una bala
sibilante por su oído derecho y se echó a la tierra. Acto seguido, se
escucharon siete disparos más, a los cuales ella respondió a discreción.
Hubo un silencio, recargó su arma y buscó apuntar a la ventana desde donde le
estaban disparando, cuando logró ver la ventana, se reanudaron los tiros hasta
oírse el “trac” que indicaba el arma vacía. La detective soltó dos disparos
hacia la ventana y corrió hasta la puerta de la casa. Disparó contra la
cerradura y entró al vestíbulo, no había personas en su interior. Encendió las
luces y una brisa fría llegó hasta su rostro, preguntó en voz alta si había
alguien en aquel lugar y no recibió respuesta. Llamó por radio para saber la
ubicación de los refuerzos, los cuales ya estaban en la puerta de la casa.
Subió las escaleras y se dirigió a la habitación principal pues las luces
estaban encendidas allí.
Cuando la detective se acercaba a la alcoba, percibió un fuerte olor a
hierro y tierra húmeda, elementos que le hicieron apurar el paso. Se detuvo en
la puerta y entró apuntando su pistola, no había nada en la habitación, escuchó
un goteo y se dirigió al cuarto de baño que estaba dentro de la recámara, tras
abrir la puerta encontró al cadáver de Sofía Montelupo dentro de una tina llena
de sangre. Sus brazos estaban abiertos y sus piernas sumergidas, de su boca
salía un hilillo de sangre y sus ojos abiertos hacia el vacío. Sobre su cabeza
se hallaba escrito: “¿De qué os sirve, cortesana imperfecta, / no haber
reconocido lo que los muertos lloran?”. Al terminar de leer los versos de
Baudelaire, entraron varios oficiales a la escena del crimen, junto con el
sangrante Raúl quien no quiso irse con el hospital.
-¿Qué tenemos aquí, detective? –preguntó el jefe.
-No lo sé yo venía persiguiendo a un sospechoso, quien entró a esta casa
y luego me consigo con el cadáver de Sofía Montelupo –respondió Verónica, sin
pensar mucho.
-¿El asesino mató a Sofía Montelupo? –continuó el jefe.
-Jefe mejor es que vea esto –dijo un criminalista que estaba en la
escena –La mujer puede tener una media hora o cuarenta y cinco minutos de
muerta. La sangre de la tina no es del cuerpo, por su textura debe tener dos o
tres días de haber sido extraída.
-¿Es la asesina o una víctima? –preguntó el jefe.
-Si es la asesina, debe tener una herida en la pantorrilla, yo misma le
disparé –intervino la detective Verónica, como si volviera en sí de un letargo.
-Sí la tiene, aquí está –dijo el criminalista mientras mostraba la
pierna de la occisa.
-No se diga más le notificaré al alcalde, tenemos un caso cerrado –dijo
el jefe para luego marcharse. A continuación, los detectives fueron llamados
por uno de los criminalistas que estaban en el sótano de vetusta casa. Tenía
más evidencia del caso, las cuales apuntaban a la culpabilidad de la occisa.
-Es una cincuenta y todavía está tibia –dijo el criminólogo mientras
embolsaba el arma.
-Raúl entonces es ella, coincide con tu herida –dijo Verónica.
-¿Hay huellas? –dijo Raúl
-No señor, el arma está limpia pero está recién disparada. También
encontramos un ejemplar de Las Flores del
Mal, con varios versos subrayados, varios bidones de sangre refrigerada y
una colección de Katanas originales,
así como unos escritos sobre la bellaza humana y su preservación. Además hay
varios ramos de flores en descomposición en el fondo de la habitación y
esencias de las mismas, las cuales tienen ciertos efectos somnolientos. Todo
parece incriminar a la occisa, detectives –continuó el criminalista.
-Isabel Báthory-Nádasdy de Ecsed o mejor conocida como la Condesa Sangrienta, se daba baños
regulares con la sangre de vírgenes para conservar su belleza pura. Eso encaja
con los versos y todo lo demás. Tenemos un caso cerrado entonces –dijo la
detective con un tono risueño y de triunfo.
-Bueno detectives, pudiéramos encajar este hecho dentro de la patología
de un caso típico de licantropía clínica. No obstante, hay dos cosas que me
siguen incomodando: la primera, todas las incisiones de las víctimas del
asesino de Baudelaire, están hechas de derecha a izquierda, el asesino debió
ser zurdo, la señora Montelupo era diestra. La otra, si la detective Verónica
estaba persiguiendo al asesino, ¿cómo carajo encontramos un cuerpo cuya vida le
abandonó hace cuarenta y cinco minutos? No hay tiempo suficiente entre los
disparos de la ventana y la llegada de la detective Verónica a la alcoba.
¿Asesinos gemelos? ¿Sofía tenía una melliza? –dijo el criminalista y luego se
marcharon.
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